El ruido y la furia

TRIBUS

“La vida es un cuento contado por un idiota lleno de ruido y de furia que no significa nada”. La frase (en prosa y traducción libre) pertenece a Macbeth. También le sirvió a William Faulkner para titular su novela más famosa, en la que se ponía en el lugar, como narrador, de un discapacitado mental. Es interesantísimo, apasionante diría, el tema principal -no el único- de Tribus, un nuevo texto de la autora británica Nina Raine (Consentimiento) que llega al CDN, en coproducción entre el centro público y Octubre Producciones. Una historia llena de ruido y de furia, en todos los sentidos. La furia de otros discapacitados, aunque diferentes: los sordos. El ruido del silencio.

Tribus se sirve de este grupo de personas con discapacidad para hablar de varios temas apasionantes. El principal es la comunicación y el lenguaje, y cómo este determina y limita al pensamiento y, por ende, a la persona y su interacción con otras. En escena, los personajes se cuestionan la capacidad de la lengua de signos de los sordos para profundizar en expresiones complejas y en significados ricos. ¿Cuando la herramienta de comunicación tiene limitaciones, los tiene también la idea expresada? ¿Acaba reduciéndose el mundo de un sordo al no poder comunicarse con plenitud? Estas cuestiones surgen en escena en la historia de Guille y Silvia, los sordos de la función, a los que dan vida con un acierto y verdad cautivadores Marcos Pereira y Ángela Ibáñez, dos actores sordos, como sus personajes, que se meriendan el escenario con humor, ternura, mala leche y energía. Actores jóvenes y llenos de pasión y entrega.

Marcos Pereira y Ángela Ibáñez, dos actores sordos, como sus personajes, se meriendan el escenario con humor, ternura, mala leche y energía. Actores jóvenes y llenos de pasión y entrega

Nina Raine reparte estopa a diestro y siniestro, pero, más allá de cuestionar las limitaciones de la comunicación mediante el signado, en su texto bullen preguntas sobre la familia como tribu, con sus exclusiones y reglas propias, sobre las castas sociales -esnobs y elitistas culturales incluidos-, y sobre la relación con otras personas, marcada por el uso de la verdad o, tan a menudo, de la mentira piadosa. En eso los personajes de Tribus no tienen problema: son una familia brusca, áspera, que se grita y se arroja a la cara decepciones y desagrados sin cesar.

Reconozco que me costó entrar en el código del texto de Raine, o quizá en el montaje de Julián Fuentes Reta, o puede que en ambos. La primera media hora de función es un dislate de ruido y de furia. ¿Era necesario, en términos dramatúrgicos, crear personajes tan extravagantes y desagradables entre sí para contar esta historia, casi cualquier historia? ¿Qué le pasa a esta gente? Estas y otras preguntas cruzan por la mente mientras uno intenta entender las heridas de los miembros de una familia que, por un lado, parece de clase media alta y culta, y por otro se comportan como habitantes de la casa de Gran hermano. Hijos que se maltratan psicológicamente entre sí, padres que hablan con ellos a golpe de exabruptos -el lenguaje explícito se convierte en protagonista de buena parte del arranque, como si los integrantes de esta familia no supieran comunicarse sin meter en cada frase un “puto” o un “gilipollas”-, desprecio arrojado sin medida… La familia, tal y como parece entenderla Raine, es un campo de batalla. Aceptado el axioma contemporáneo de que no hay tal cosa como la “normalidad”, esta familia es rara, rara…

Tribus es una soberbia reflexión sobre la aceptación y la diferencia, sobre qué significa amar y los sacrificios que estamos dispuestos a hacer, y sobre qué entendemos por familia

Luego ocurre el pequeño milagro del teatro y empieza a hacerse la luz. Sucede con la evolución del personaje del hijo menor, Guille (Marcos Pereira) y la incursión de la obra en el tema que aborda: Guille ha sido criado en el rechazo a la “tribu”. Sus padres y hermanos no quieren que aprenda la lengua de signos. Esto, consideran, es encerrarle en un gueto. Y él mismo cree que así es hasta que se cruza en su vida Silvia (Ángela Ibáñez) y surgen el amor y las dudas. Tribus es una soberbia reflexión sobre la aceptación y la diferencia, sobre qué significa amar a alguien y los sacrificios que estamos dispuestos a hacer, y también sobre los lazos que nos unen y qué entendemos exactamente por familia.

Julián Fuentes Reta, superado el caos del arranque, propone en su puesta en escena un escenario abierto y realista sobre el que juega con proyecciones y rótulos -buena parte del texto es acompañado de sobretítulos- que hace pensar lejanamente en momentos de directores como Thomas Ostermeier o Álex Rigola, con una escenografía corpórea de Elisa Sanz que recrea el salón donde toda la obra transcurre. Un lugar frío, amueblado y vulgar. Sin embargo, en su propuest actoral, un remolino de voces que se interrumpen y se incordian, como en la vida misma, el trabajo de Fuentes Reta remite a Daniel Veronese.

Es en el trabajo actoral, junto con el tema abordado, donde crece el montaje según avanza. Por muy veterano -y estupendo, de lo mejor de la escena española- que sea Enric Benavent, en el arranque desquiciado de la obra su personaje, Cristóbal, un pater familias harto de su prole, de vuelta de todo y sin pelos en la lengua, produce un rechazo casi epidérmico. No menos que el que genera Daniel, el hermano incorrecto, posesivo y con problemas psiquiátricos al que da vida Jorge Muriel -quien firma también la adaptación de la obra- o el personaje de Ruth, la hermana fracasada en su carrera musical, interpretada por Laura Toledo. Todos, sin embargo, comienzan a generar interés y a asentarse según surge el verdadero choque de ideas, como chefs que, con buenos ingredientes, desplegaran su talento. Y así, Benavent, Muriel y Toledo, así como Ascen López, que da vida a Isabel, la madre, la única que mantiene la cordura en el hogar -y solo en parte- van cocinando unos personajes complejos y atractivos, con algo de maldad cotidiana, algo de ternura y algo de incomodidad. Sí, son incómodos, pero también muy auténticos.

Y, como decía al comienzo, también lo son, auténticos, por los mismos motivos y por sus circunstancias particulares, Marcos Pereira y Ángela Ibáñez, a los que sería bueno que la cartelera ofreciera nuevas oportunidades para demostrar su valía.


Autora: Nina Raine. Adaptación: Jorge Muriel. Director: Julián Fuentes Reta. Intérpretes: Enric Benavent, Ángela Ibáñez, Ascen López, Jorge Muriel, Marcos Pereira, Laura Toledo. Escenografía: Elisa Sanz. Iluminación: Felipe Ramos. Vestuario: Sofia Nieto (Carmen 17). Espacio sonoro: Iñaki Rubio. Vídeo: Álvaro Luna. Teatro Valle-Inclán. Madrid.

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