CRIMEN & TELÓN
Supongo que es ley de vida: los artistas evolucionan, buscan y, si son realmente geniales, encuentran, como decía Picasso. Crimen & telón es un montaje redondo, mucho mejor armado, teatralmente, que la mayor parte de los precedentes trabajos de Ron Lalá, esa máquina del humor musical formada por cinco actorazos más un director, Yayo Cáceres, que es ya parte del combo. Tiene homenajes y viajes, respira inteligencia y cultura por los poros.
Qué duda cabe, Ron Lalá ha madurado. Y con ello, ha perdido -o abandonado voluntariamente, quién sabe- un poco de su capacidad canalla para doblar al espectador de risa. Quizá el problema sea sentimental y esté sólo en la retina. Pero a esta distopía futurista con tintes de novela negra le faltan momentazos ronlaleros y le sobran ganas de erigirse en salvadora universal del teatro. Se han exprimido demasiado el limón, olvidando que es el jugo ácido y no la piel de su teatro lo que les hacía ser la monda.
“A esta distopía futurista con tintes de novela negra le faltan momentazos ronlaleros y le sobran ganas de erigirse en salvadora universal del teatro”
La compañía abandona por primera vez en varios años a los clásicos, que tan buenos réditos les han dado -montajes como Siglo de Oro, siglo de ahora (Folía) y En un lugar del Quijote…- pero con una lección aprendida: mantener un hilo argumental, dramático, que arme su espectaculo, alejándose de sus primeros y más deslavazados conjuntos de sketches. Como punto de partida supone un crecimiento artístico. A los integrantes no se les puede acusar de acomodarse, de no buscar el riesgo y el cambio. Crimen & telón es su montaje más ambicioso.
De entrada, nos llevan al año 2037: el planeta ha sido tomado por las máquinas, que han abolido las artes. Deudor voluntario de Orwell, Huxley y los Wachowsky -y acaso de Zamiatin, y si no, bien pudiera serlo-, Álvaro Tato, autor del texto, aprieta el botón de la batidora con una historia que es a la vez un homenaje a Dashiell Hammett, a James Ellroy, a Raymond Chandler. Esto, no lo olviden, es un espectáculo de Ron Lalá, la gente que hacía volar limones metiéndoles dentro gorriones, que timaron al tiempo y que subvirtieron a (su) Misterio del Interior antes de la Ley Mordaza. Con ellos todo es posible, porque tienen dos de los dones más efectivos y escasos por el mundo en adecuada combinación: talento y humor.
“Esto, no lo olviden, es un espectáculo de Ron Lalá, la gente que hacía volar limones metiéndoles dentro gorriones y que timaron al tiempo. Con ellos todo es posible”
En las calles oscuras de un mundo sin artes -todas han sido prohibidas-, el detective Noir debe encontrar al autor de un crimen: el teatro ha sido asesinado. Las alegorías y personificaciones son el armazón de un texto que viaja, de flashback en ‘blackflash’ al nacimiento de la tragedia y la comedia en Grecia, al teatro francés clásico y al Siglo de Oro inglés y español. Es el homenaje a su profesión de una compañía que, intuyo, quizá quiera quitarse la etiqueta de “cómicos” o “ligeros”. Por más que no les haga falta, porque el gran teatro se encuentra también en las pequeñas cosas.
Entre los varios aciertos de esta apuesta, su guiño divertido y justo a los miembros del equipo: regidores, iluminadores, técnicos de sonido…
El problema es que en ese esfuerzo se acartona el humor. El personaje central del teatro -que iremos viendo aparecer a lo largo de la investigación de Noir- es un enmascarado de la commedia dell’arte. Muy artístico, poco humorístico. La lucha de Odiseo/Teatro contra las olas es dramática, pero sin chispa. Cuando crece el montaje es cuando, guitarra en mano, los ronlaleros se echan al monte del absurdo y se arrancan con sus juegos de palabras: su retrato de España en el futuro a cargo de una banda musical clandestina y la descripción forense del difunto teatro a cargo de Noir y al estilo de Sherlock Holmes son dos momentos que hacen subir la espuma (la escala de medición es la de siempre: las carcajadas del público).
“Cuando crece el montaje es cuando, guitarra en mano, los ronlaleros se echan al monte del absurdo y se arrancan con sus juegos de palabras”
Pero en muchos otros tramos de la obra se añora ese raudal de comedia sin ataduras. La policía totalitaria del teniente Blanco de la obra debió de encarcelar el humor demoledor de los mejores números de Ron Lalá, y les aseguro que les sobran en su carrera: La Vanguardia Civil, El hombre que habla en palíndromos, El Romance del ordenador personal, La rebelión de los cactus, El atraco de traca, El viaje de un hombre hacia su muerte… Por citar algunos. Crimen y telón, aun siendo un montaje notable y hermoso, no deja ninguna de estas perlas para las antologías futuras del grupo. Y si creen que me quivoco, lo hablamos en 2037.
Idea original y creación colectiva: Ron Lalá. Texto y dirección literaria: Álvaro Tato. Composición y arreglos: Yayo Cáceres, Juan Cañas y Miguel Magdalena. Dirección musical: Miguel Magdalena. Dirección: Yayo Cáceres. Reparto: Juan Cañas, Íñigo Echevarría, Miguel Magdalena, Daniel Rovahler, Álvaro Tato. Iluminación: Miguel Á. Camacho. Sonido: Eduardo Gandulfo. Vestuario: Tatiana de Sarabia.Teatro Fernán Gómez. Madrid.
Una respuesta a «Cuando maduran los limones»