Salir o no salir, ésa es la cuestión

HAMLET

Por fin: cinco siglos y miles de versiones, y ninguna había entendido hasta ahora que lo que Hamlet necesitaba era una noche loca con Laertes, Horacio y compañía, dando y recibiendo -Ofelia incluida–, en un totum revolutum digno del más clandestino cuarto oscuro. Menos mal que Tomaž Pandur se ha empeñado en poner todo su talento –y es una pena, porque tiene mucho– al servicio de sus obsesiones sexuales, como ya hiciera en Infierno. Más que ser o no ser, parece que el dilema de su Hamlet estuviera entre salir o no salir… del armario. O dicho en otro tono, este Hamlet no es pero pudo haber sido un montaje memorable, histórico. Pocas propuestas resultan tan impactantes, estéticas y sugerentes como la del director esloveno. Tener un Hamlet interpretado por una actriz en vez de un actor resulta, sin ser nada original (Sarah Bernhardt, Margarita Xirgu y Nuria Espert, entre otras muchas, ya lo hicieron antes) estimulante de entrada.

Este Hamlet no es pero pudo haber sido un montaje memorable, histórico. Pocas propuestas resultan tan impactantes, estéticas y sugerentes como la del director esloveno

Pero conocer la femineidad oculta de un príncipe que puede ser interpretado en su lectura como un guerrero “testosterónico” o un jovencito apolíneo no justifica someterlo a una liberación tan explícita que hace incomprensible su pasión por Ofelia. Le hace así un flaco favor a Blanca Portillo, la gran estrella, para la que se agotan los adjetivos. Transformada físicamente, modulada en sus tonos, al límite en su entrega, probablemente éste sea su gran papel.

El otro elemento que empaña la genialidad de Pandur es su excesivo manierismo: el director es un esteta, un pintor, un diseñador de ambientes. Lo hace con maestría, quizá excesiva: su pasión por la composición le arrastra a territorios gélidos, y el teatro ha de hacer vibrar. El de Pandur, por momentos, es un ejercicio de contemplación. Aunque hay que reconocer que su concepción de Elsinore como un espacio diáfano y sombrío atravesado tan sólo por unas pasarelas cruzadas de madera, como si de varios embarcaderos se tratase, rodeadas de balsas de agua, le permite desarrollar la fuerza dramática con impactante efecto.

El director es un esteta, un pintor, un diseñador de ambientes. Lo hace con maestría, quizá excesiva: su pasión por la composición le arrastra a territorios gélidos

Esta gran producción del Teatro Español deja momentos memorables: después de escuchar y ver a Portillo, el famoso monólogo cobra lógica: ¿qué es sino un hombre desnudo, literalmente, alguien que busca razones para seguir viviendo? O el encuentro entre hijo y espectro cenando juntos, y el desdoblamiento en cuatro actores de Rosencrantz y Guildenstern…

Pandur saca lo mejor de sí mismo en los juegos de cortinajes móviles, el brillante uso de iluminación y sonido, la marcada estética retro-militar (con excelentes figurines de David Delfín) o el hecho de que se valga de un buen dramaturgo para la traducción (Jose Ramón Fernández) y haya decidido no destrozar el texto, cortado pero inteligible, cosa que no ocurría ni en su versión de Las amistades peligrosas, Barroco, ni en la de Los hermanos Karamazov, Cien minutos.

Junto a Portillo, un reparto en el que hay talento: el magnífico espectro de Asier Etxeandía, la soberbia Gertrudis de Susi Sánchez (¡qué actriz!, merece más papeles importantes), la correcta Ofelia de Nur Al Levi… Luego, como en botica. Quim Gutiérrez es un Laertes ofuscado en exceso, y Hugo Silva, como Claudio, no acaba de encontrar la clave teatral en su entonación. Todos se confían a las manos de un director que les exige un derroche físico y psicológico, que los lleva al extremo y que no les deja descansar ni en el entreacto, cuando montan un entretenido cabaret en el ambigú. Con todo, hay que ver este Hamlet. No dejará indiferente.


Autor: William Shakespeare. Versión y dirección: Tomaž Pandur. Traducción: José Ramón Fernández. Intérpretes: Blanca Portillo, Susi Sánchez, Hugo Silva, Asier Etxeandia, Nur Al Levi, Quim Gutiérrez, Félix López, Manuel Morón, Eduardo Mayo, Santi Marín, Damià Plensa, Aitor Luna, Manuel Moya. Escenografía: Numen. Vestuario: David Delfín. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Naves del Español-Matadero. Madrid.

Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Febrero 2009).

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