EL ARTE DE LA ENTREVISTA
Es difícil atisbar el techo de Juan Mayorga. Justo cuando parece que ha escrito su mejor obra –apenas hace unos meses, El crítico–, sorprende de nuevo con otro destello de su talento como ingeniero de estructuras dramáticas. El arte de la entrevista podría también titularse El arte del diálogo.
En este laberinto de senderos narrativos que se bifurcan –no creo que sea casual que la obra transcurra en un tranquilo jardín de un hogar de clase media, nada lo es nunca en la mente matemático-filosófica de Mayorga–, todos los personajes son entrevistador y entrevistado, acusado y acusador, tesis y antítesis del debate propuesto, que no es el de la ruptura familiar ante un secreto oscuro, al estilo del melodrama, sino el de las consecuencias que tiene la persecución de la verdad y cómo afectan a ésta y a las reglas del juego las coordenadas de observación. Por eso, en este drama cartesiano todos los personajes agarran la vídeocamara en algún momento, se convierten en inquisidores y, de paso, van dando volantazos inesperados en una narrativa enorme e impredecible.
En este drama cartesiano todos los personajes agarran la vídeocamara, se convierten en inquisidores y, de paso, van dando volantazos inesperados en una narrativa enorme e impredecible
Un trabajo escolar, la grabación de una entrevista, desencadenará un juego de sorpresas y revelaciones en la unidad familiar de madre divorciada, hija y abuela. Si bien, a Mayorga no le interesa el thriller, y no espera ni a mitad de obra para compartir el secreto que la anciana revelará y que podría afectar al equilibrio emocional del resto de la familia. Una vez más, el autor plantea cuestiones menos manidas y más interesantes. Por ejemplo, hasta qué punto la realidad que creemos percibir o conocer se corresponde con la verdad; toda una reflexión sobre el periodismo y la propaganda escondida tras la inofensiva apariencia de un drama familiar.
Con estos mimbres y con la omnipresente videocámara sobre el papel, se podían haber hecho mil aproximaciones estéticas y escénicas. Juan José Afonso, que también dirigió El crítico, plantea un montaje tan conservador como correcto que no exprime todo el jugo que podía sacársele a este combate en el que el Thunder Road de Bruce Springsteen se erige como simbólico dedo acusador: suena el trueno de un gran texto, pero no se ve el relámpago.
La obra transcurre con fluidez. Pero cuesta resistirse a la tentación de pensar lo que esta historia habría dado de sí en manos de un Lepage o un McBurney.
Nada que objetar a la escenografía realista de Elisa Sanz. Ahí está el jardín, tan verde, las nubes al fondo y la casa intuida donde suceden escenas fuera de plano. La obra transcurre con fluidez. Pero cuesta resistirse a la tentación de pensar lo que esta historia habría dado de sí en manos de un Lepage o un McBurney.
Afonso, en cualquier caso, maneja a su reparto con eficiencia. Luisa Martín vuelve a estar impecable como la madre, una mujer de carácter y otro gran papel para esta actriz de trayectoria más discreta de lo que su talento merece. Alicia Hermida es una matriarca divertida y con retranca, menos senil de lo que parece, lo que asimila con talento y tablas. Fresco y ameno resulta el trabajo de Ramón Esquinas en el personaje bisagra del voluntario que visita a la anciana. Y, entre todos, sorprendente, por ser un debut, por su juventud y por el estupendo resultado, Elena Rivera, enérgica, divertida y con una buena dicción y trabajo corporal como la nieta.
Autor: Juan Mayorga. Director: Juan José Afonso. Intérpretes: Alicia Hermida, Luisa Martín, Helena Rivero, Ramón Esquinas. Escenografía y vestuario: Elisa Sanz. Teatro María Guerrero. Madrid.
Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Marzo 2014).