Las entrañas del dragón

LE DRAGON BLEU

Hace ya dos décadas largas, en 1985, un joven –y ya entonces famoso– actor y director canadiense llamado Robert Lepage estrenó una obra que lo situaría entre los grandes de la escena internacional. Más tarde llegarían montajes como La cara oculta de la luna o Los siete afluentes del río Ota, pero fue La trilogía de los dragones la obra que descubrió a muchos el talento de Lepage, quien, pese a renegar del concepto “teatro” –él prefiere considerar lo suyo una unión de diversas artes– no deja de ser uno de los más destacados defensores, quizá de forma inconsciente, de lo que el buen teatro ha de ser: fantasía creativa, imaginación, juego: lo que sea menos aburrimiento.

No importa que se opte por uno u otro camino: la esencia, y esto Lepage lo domina, es conectar con el espectador a la vez que se le cuenta algo. Y él es un gran “cuentacuentos”. Su camino es el tecnológico, pero también el tradicional: en sus escenarios se dan la mano las sombras, las proyecciones, las narraciones lineales, los saltos temporales, los audiovisuales… Nunca en él todo esto resulta gratuito: está siempre supeditado a un mensaje, a una historia que suele ser tan interesante como su envoltorio.

Lepage retoma al protagonista de “La Trilogía de los Dragones”, ambientada en los barrios chinos de Montreal y Québec, Pierre Lamontagne, veinte años mayor

Es el caso de Le dragon bleu (El dragon azul), su nuevo espectáculo, continuación de aquella Trilogía de los dragones que acaba de estrenar en mayo y que ha pasado con fortuna por España (bien por el Festival de Salamanca que lo ha programado). Lepage retoma al protagonista de aquella historia ambientada en los barrios chinos de Montreal y Québec, Pierre Lamontagne, veinte años mayor. Ahora vive en Shangai, es un galerista en horas bajas en un barrio de artistas que el Gobierno de Beijing quiere transformar en una zona comercial. Vive con una joven fotógrafa china, aunque su relación sea algo turbulenta.

El montaje arranca con la visita de otra occidental, Claire, una vieja amiga de Pierre, publicista y alcoholizada, que ha llegado a China para adoptar a una niña. Lepage entremezcla hábilmente las vidas de estos tres personajes para retratar la China actual, ésa que no es la de los lotos y dragones, o al menos no totalmente: un país en plena metamorfosis capitalista en la que es difícil para los extraños vivir sin convertirse en víctima de la soledad y el vacío.

La mirada de Lepage por Oriente es la de un científico apasionado: sin excesos, sin tópicos, exacta. Pero también la de un artista fascinado. Cinematográfico -sus montajes siempre lo son–, el canadiense avanza de forma lineal convirtiendo el escenario en un hogar, un restaurante, un aeropuerto o un karaoke, y el público viaja de su mano, gracias a un impresionante equipo técnico, un conjunto de soluciones escénicas muy imaginativas y una historia cotidiana y a la vez extraordinaria. La cálida y naturalista interpretación de Lepage, su escudera habitual, Marie Michaud, y la joven Tai Wei Foo hacen el resto (Lepage es, además de un gran director, un actor de primera, y suele rodearse de talento) para lograr que el público se aventure en las entrañas de un dragón, un monstruo, pero no mitológico, sino de los escenarios, el interior mismo de un cerebro inquieto y eternamente joven que hace teatro enorme.


Texto: Robert Lepage y Marie Michaud. Dirección: Robert Lepage. Diseño de escenario: Michel Gauthier. Diseño de sonido: Jean-Sébastien Côté. Diseño de Iluminación: Louis-Xavier Gagnon-Lebrun. Reparto: Robert Lepage, Marie Michaud, Tai Wei Foo. IV Festival de las Artes. Centro de las Artes Escénicas y la Música (CAEM). Salamanca, 7-VI-2008.
 

Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Junio 2008).

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