PERFECTOS DESCONOCIDOS
Los carga el diablo. Vivimos esclavizados por los teléfonos móviles, condicionan nuestras vidas y, como propone Perfectos desconocidos, las pueden poner patas arriba. La premisa de la película del autor italiano Paolo Genovese, cuyo remake en España firmó Álex de la Iglesia con gran éxito y ahora han adaptado para el escenario David Serrano y Daniel Guzmán, es atractiva: ¿quién pasaría la prueba de dejar que su pareja o sus amigos más cercanos pudieran leer todos sus mensajes, e-mails, whatsapps etc., y escuchar las llamadas entrantes a su móvil? Que tire el primer aparato quien esté libre de pecado.
Eso es lo que les sucede al grupo de amigos que se reúne para cenar en la obra, tres parejas y un soltero que aceptan, en un momento dado, participar en un juego: todos podrán ver durante la velada todo lo que llegue a los teléfonos del resto.
Imaginen. No hablamos ya sólo de líos de faldas, infidelidades varias y otras aves de similar pelaje -ligoteo virtual o sexualidades escondidas que ni los amigos conocen- sino del día a día, de esas gestiones para meter a una suegra en un geriátrico hechas a la espalda del marido o de esa terapia a la que se acude sin saberlo la esposa… La obra de Genovese, una comedia agridulce de catarsis de grupo en la línea de El nombre -los parecidos entre ambas son más que razonables-, crece en interés cuando entiende que el concepto de “secreto” es amplio, pero, por desgracia, parece que al género humano le va el morbo y claro, hablamos de un vodevil de boulevard en su versión siglo XXI, o sea, de una comedia de parejas en la que al final “secretos” significa “amantes”
“Al género humano le va el morbo y claro, hablamos de un vodevil de boulevard en su versión siglo XXI, o sea, de una comedia de parejas en la que al final ‘secretos’ significa ‘amantes'”
Ahí se desinfla el peso específico, teatralmente hablando, de un texto que, por otro lado, no es que abunde en ese aspecto. Hablamos de una comedia “comercial” tan efectiva como plana y previsible en su creación, estructura y tono. Hasta en su propuesta visual, por más que los tabiques abiertos que plantea la escenografía de Silvia de Marta dejen jugar una pizca al director trayendo a escena el ‘fuera de campo’ (lo que hacen, por ejemplo, los personajes en el aseo cuando se separan del grupo), aunque sin demasiado interés dramático. Lo coloquial y los golpes de efecto televisivos, por lo demás, predominan. No falta una intención moralista a cuento de la insensibilidad de género de la mayoría, pero no deja de resultar un lacito de color reivindicativo en la solapa de una chaqueta pensada para ir de fiesta.
El montaje se revela como buen material cinematográfico. No es de extrañar que su versión en cine enganchara como producto para llenar las salas y probablemente ocurra otro tanto con esta versión teatral que tiene lo que se espera de ella: un puñado de actores bien engrasados y en formación coral y una dirección, si no fina, sí ágil. Me reí con las réplicas y contrarréplicas, con las caras de fingida sorpresa y de sorpresa genuina de cada uno de ellos: de la ingenua a la que da vida Elena Ballesteros, recién casada con el taxista vivalavirgen al que da vida Jaime Zataraín; de los anfitriones, Alicia Borrachero y Fernando Soto, matrimonio de vuelta de todo, empezando por estar de vuelta de sí mismos; de Antonio Pagudo y Olivia Molina, otra pareja hastiada, como la anterior, pero que ha llegado a ese punto antes incluso; y finalmente del solitario del grupo cuyo secreto desencadenará como una ficha de dominó, los del resto, un estupendo Ismael Fritschi. El reparto entiende y capta el tono y se ajusta a las características del producto. La dirección no se complica la vida.
Al final, el público disfruta y ríe con los secretos descubiertos en una comedia que no tiene secretos.
Autor: Paolo Genovese. Versión: David Serrano y Daniel Guzmán. Dirección: Daniel Guzmán. Intérpretes: Alicia Borrachero, Antonio Pagudo, Olivia Molina, Fernando Soto, Elena Ballesteros, Jaime Zataraín, Ismael Fritschi. Escenografía: Silvia de Marta. Iluminación: José Manuel Guerra. Espacio Sonoro: Félix Botana. Teatro Reina Victoria. Madrid.