AUTO DE LOS INOCENTES
Creación anónima e incompleta en verso de origen medieval, el Auto de los Reyes Magos es considerado el primer texto teatral en español. A partir de ese material, el dramaturgo Pedro Víllora y el director José Carlos Plaza, cofirmante también de la dramaturgia, han elaborado este Auto de los inocentes, un texto de nuevo cuño para la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC). El material con el que trabajan es el mencionado auto y otras obras, como El hospital de los locos, de José de Valdivielso, y La vida es sueño, de Calderón de la Barca, si bien buena parte de la dramaturgia es prosa de cosecha propia y ambientada hoy en día. De entrada, su programación en la CNTC resulta chocante. Este Auto bien podría ser material de CDN, Abadía, Español…
El Auto de los Reyes Magos es un texto breve, sencillo, hermoso, casi naif, que apenas desarrolla una historia: es una estampa, la narración de cómo los tres sabios reyes de Oriente saben del nacimiento del niño Jesús y se ponen en marcha para seguir a la estrella que los guíe hacia el niño al que busca Herodes. Este sencillo tesoro de nuestra protolengua se crece en escena allí donde aparece, si bien en el montaje de Víllora y Plaza aparece poco, enfundado en la receta del teatro dentro del teatro. Dramaturgo y director lanzan desde las tablas del clásico un grito contemporáneo, una llamada ética sobre la realidad de los campos de refugiados. La guerra de Siria y el desastre humanitario son el tema real del montaje, no el sentimiento religioso.
“Dramaturgo y director lanzan una llamada ética sobre la realidad de los campos de refugiados. La guerra de Siria y el desastre humanitario son el tema real del montaje”
La pieza arranca hoy en día en un campo de refugiados, se supone que en la frontera entre España y Marruecos -no recuerdo que el texto lo acote, podría ser Melilla- y allí se arraciman familias, jóvenes, viudos, niños… Sueños y vidas truncadas por la guerra y el horror. Junto a ellos, las buenas intenciones de los cooperantes de ONGs, médicos, asistentes sociales, que ven cómo sus esfuerzos chocan una y otra vez con la falta de recursos y la burocracia.
Víllora y Plaza han construido una correcta obra de denuncia social, un fresco casi documental que se ve sin esfuerzo y que tiene valor como prueba teatral pero al que le falta profundidad dramática, construcción, artificio. Es una bonita declaración de intenciones en un neorrealismo versión 2018, con un inevitable monólogo sobre la ablación, otro inevitable personaje con estrés postraumático -un joven que ha perdido el habla- y un aparentemente inevitable antagonista ministerial, porque el horror no es tanto la guerra como la indiferencia de Occidente, nos dice el mensaje nada enmascarado de la parte más docudramática del montaje.
“Víllora y Plaza han construido una correcta obra de denuncia social, un fresco casi documental que tiene valor como prueba teatral pero al que le falta profundidad dramática”
Lo que vemos son las vidas sin máscara de Khalid y sus hijos (sólido en el papel y con tablas Fernando Sansegundo), recién llegados al campo con el horror y el polvo del camino aún en el cuerpo. Y también las de Juan, el director del taller teatral que les sirve de vía de escape (muy bien Israel Frías en un personaje sobrio pero emotivo a la vez, es un actor no plenamente reconocido pero lleno de recursos y talento), o las de Julia, Iris y Aida, cooperantes que hacen lo que pueden por mantener la llama de la esperanza a costa de su esfuerzo y su tiempo (bien Pepa Gracia, Montse Peidro y Sonia Gómez Silva). Cuesta más -aunque es un problema de casting- aceptar al Hami de Sergio Ramos o el Nordin de Javier Bermejo, actores a los que estos adolescentes de presente con pegamento y futuro sin futuro les vienen algo jóvenes y en cuyos tonos y energías juveniles -algo desbocadas- no acaban de acertar los actores.
Sin embargo, Plaza y Víllora, que tienen teatro y mucho a sus espaldas, hacen brillar el escenario cuando juegan de verdad al teatro mayúsculo en las partes del taller teatral y en la metateatralidad de un Auto de los Reyes Magos, el representado por los refugiados, que parece cobrar vida misteriosa, ritual, en una puesta en escena de sabiduría simbólica y sabia dirección espacial y actoral. Otro tanto ocurre antes con una incursión en el auto de Valdivielso arriba mencionado, en el que el mismísimo Diablo se hace carne. Son los mejores momentos, los que cuentan con auténtica buena estrella, de este montaje por lo demás tan bienintencionado como previsible.
Dramaturgia: Pedro Víllora y José Carlos Plaza, a partir de textos de varios autores. Dirección: José Carlos Plaza. Intérpretes: Fernando Sansegundo, Israel Frías, Pepa Gracia, Montse Peidro, Sonia Gómez Silva, Jorge Torres, Sergio Ramos, María Heredia, Javier Bermejo, Amanda Ríos, Álvaro Pérez, Eduardo Aguirre de Cárcer, Pablo Rodríguez. Escenografía e iluminación: Paco Leal. Vestuario: Pedro Moreno. Creación musical: Eduardo Aguirre de Cárcer. Teatro de la Comedia. Madrid.