Fernanda Orazi y todo lo demás

BARBADOS EN 2022

Antes de nada, una confesión: no vi hace cinco años Barbados etcétera. Es necesario aclararlo porque Barbados en 2022 es un ejercicio inusual en nuestras tablas: un dramaturgo y director, Pablo Remón, revisita su propia obra cinco años después -tiene intención de hacerlo de nuevo dentro de otros cinco-, adaptándola, cambiándola, dejando que evolucione porque, entiende, las vidas avanzan, a los actores les pasan cosas y nosotros, los de ahora, no somos los de entonces. O lo somos, en gran medida, pero con variaciones. No puedo por tanto comparar. Pero sí dejar constancia de dos ideas: el disfrute que produce un texto con el que Remón ejercita su escritura de forma magistral allí donde parece no haber tema ni suceder nada, un brillante taller de dramaturgia y construcción de personajes. Y la constatación (una vez más) de que Fernanda Orazi es una de las mejores actrices que tenemos en España. Una burrada lo suyo.

Si las obras pertenecen en gran medida a los dramaturgos y a los directores, en Barbados son los intérpretes quienes se adueñan de ella. Emilio Tomé, colaborador habitual de Remón, está inmenso, plenamente maduro, divertido y profundo. Pero, con perdón de Tomé y su trabajazo, ver a Fernanda Orazi es asistir a una especie de clase magistral. Una actriz que le pongan lo que le pongan delante lo absorbe y convierte en pura energía teatral. Una mujer capaz de crecer en monólogos arrolladores o de asomarse discretamente al humor. Si en el montaje original estaba ese “etcétera”, remitiéndonos a su etimología podríamos decir que este Barbados en 2022 se resume en Fernanda Orazi y todo lo demás.

"Barbados en 2022", de Pablo Remón
Emilio Tomé, en el montaje | Fotos: Vanessa Rábade

 

Barbados en 2022, que presenta Buxman Producciones en coproducción con Festival de Otoño y la colaboración de Condeduque, que ha programado el montaje unos días más allá del festival, podría interpretarse en un espacio vacío. Es, al fin y al cabo, un montaje en el que texto e intérpretes lo son todo. Pero no estorba el hermoso y algo distópico espacio escénico creado por Mónica Boromello, un gran círculo de arena presidido por una enome lámpara central y focos caídos alrededor que parece hablar de ese momento más allá del escenario, en que el teatro se crea entre bambalinas, en ensayos y montajes. Ese lugar y momento en que nada está aún decidido.

De eso, de los senderos que se bifurcan y nuestra mirada sobre la realidad, habla de forma difusa esta pieza con la que Remón se aleja de la trascendencia y a la vez reivindica su talento como dramaturgo

Lo de la referencia a Barbados es puro mcguffin en esta historia sobre personajes cotidianos construyendo de manera desestructurada sus propias historias, hombres y mujeres ante el amor, el desgaste, el desamor, la familia… A Remón, que en otros momentos apuesta por formas más convencionales de narración (lo hemos visto en El tratamiento o Los farsantes), deja aquí que dos personajes/actores enfrentados al público comiencen a desenrollar un ovillo: el de la historia que es, o que pudo ser, o que será. Nada está escrito, que diría El Orens,  al menos para los seres beckettianos que habitan el escenario de Barbados. Acaso tampoco para el resto de nosotros, aunque nos empeñemos en nuestras rutinas e inercias.

De eso, de los senderos que se bifurcan y nuestra mirada sobre la realidad, habla de forma difusa esta pieza con la que Remón se aleja por un lado de la trascendencia -con piezas de “taller” como Barbados no se conquista a los grandes públicos ni se pasa a la posteridad- pero a la vez reivindica su talento como dramaturgo diferente, inclasificable y original. Un autor capaz de levantar estructuras compuestas de múltiples capas que se van formando sobre la marcha, como el agua que se congela sobre un cristal de forma caótica pero hermosa. Una estructura que, aunque peca de críptica por momentos, no se pierde en el laberinto de la nueva dramaturgia, donde otros textos entraron buscando algo (probablemente ni ellos saben qué) y nunca salieron.


Texto y dirección: Pablo Remón. Intérpretes: Fernanda Orazi y Emilio Tomé. Espacio escénico: Mónica Bromello. Vestuario: Ana López Cobos. Iluminación: David Picazo. Sonido: Sandra Vicente.  Centro de Cultura Contemporánea Condeduque.

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