Cuando lloran las palomas

JUGUETES ROTOS

Hace cuarenta años, en 1978, José Sacristán protagonizó la película Un hombre llamado Flor de Otoño, que adaptaba una obra de 1972 prohibida por la censura. Es curioso comprobar el camino recorrido por la temática LGTB desde entonces, al ver una obra de hermosa factura y serena reivindicación como Juguetes rotos. Como aquel personaje, también Mario, el protagonista de esta pieza de Carolina Román, lleva una mujer dentro, y como aquel, también dará con sus tacones (imaginarios) en Barcelona.

Entre una y otra Barcelona, en las que viven Flor de Otoño y Mario, han pasado varias décadas: la de los años 30, que retrató la obra de José María Rodríguez Méndez (que por cierto, también se estrenó en el Teatro Español), llevada luego al cine por Pedro Olea, era la del Barrio Chino, la lucha de clases, los anarquistas… La de los últimos 70 y primeros 80 es la del tardofranquismo y la Transición, balbuceante, con su Paralelo de cabarés, aceptados pero con líneas que no debían cruzarse. En esta obra no hay atentados ni conspiraciones. Solo personas y miedos.

El texto de Román se acerca a una circunstancia habitual: el homosexual de pueblo, criado entre secretos y prejuicios. Mario es un ser sensible al que su existencia en un pueblo rural se le hace angustiosa: acaricia la ropa de su madre y sueña con ser María. La obra recorre su infancia y juventud, sus primeros encuentros sexuales, furtivos y marcados por el estigma del odio, la visión de sus familiares… Y luego, su llegada a la ciudad, un viaje en el que solo cabe mirar adelante aunque el chaval no tenga donde caerse muerto.

“El texto se acerca a una circunstancia habitual: el homosexual de pueblo, criado entre secretos y prejuicios. Mario es un ser sensible al que su existencia se le hace angustiosa”

En Barcelona, el protagonista encontrará la amistad en una vedette transexual que lo acoge, Dori, la estabilidad en un trabajo de peluquero, y el amor en un marinero. El recorrido puede parecer estereotipado, pero Román lo narra con sensibilidad y calor. También sus sombras: la felicidad de Mario es artificial, le sigue faltando algo, y no lo logrará hasta que el mundo le obligue con dolor a dar un paso más.

Román aborda el lado oscuro y sórdido: la prostitución y la emergencia en los años 80 del sida, todo en una España en la que la transexualidad era aún perseguida por la Policía y tratada de forma oficial como desvío. Es la parte menos convincente, con un final precipitado e innecesario. La marginalidad parece incrustada por la fuerza, como si la historia del protagonista y su vuelo vital no tuvieran bastante fuerza de por sí. Mario carece de impulso combativo o político. Él solo quiere ser feliz y sueña con París, aunque esté atado al Paralelo como antes lo estuvo a su pueblo de viñedos.

La autora es también directora de este montaje en el que todo suma positivamente. La dirección y la dramaturgia se dan la mano con habilidad para encontrar símbolos y juegos. El palomar de Mario en su pueblo natal es su refugio y a la vez la jaula que le encierra. Las palomas, el ave libre que el joven  sueña con ser, aunque de momento, lloren en silencio. La figura materna enfrentada a la paterna dibuja las dos mentalidades ante una realidad que siempre ha existido. Su primo es la negación violenta.

“El protagonista encontrará la amistad en una vedette transexual y el amor en un marinero. El recorrido puede parecer estereotipado, pero Román lo narra con sensibilidad y calor”

La hermosa e inteligente escenografía diseñada por Alessio Meloni, una doble pared de jaulas acompañada por un bosque de lámparas colgantes creadas también con pajareras -un diez para la iluminación de David Picazo-, marca el tono y el mensaje. Entre ellas sucede todo. Con ellas sucede todo. Es una idea sencilla y poderosa.

La travesía de Mario/María y la de Dori encuentran en Nacho Guerreros y Kike Guaza, respectivamente, sendas interpretaciones de altura. Guerreros, con un deje maño y una tranquilidad sin aspavientos, hace de Mario un ser puro y tierno. Su historia, en primera persona, encuentra en él una mirada y una voz de frágil equilibrio, como si el personaje fuera a quebrarse en cualquier momento.

Guaza es todo lo contrario. Sus tres personajes, el primo y el tío de Mario, primero, y Dori, después, desbordan energía. Los unos, embrutecida, el otro, alocada y vital. Su trabajo es un festival, una transformación que traspasa la piel. El primo es el perfecto cateto, Dori, una diva para enmarcar. Solo chirría un poco su aparición en caballito de tíovivo. ¡Qué difícil es para un actor adulto encarnar de forma creíble a un niño! En cualquier caso, que estos Juguetes rotos se revelen como una historia conmovedora se debe en gran parte a ellos.


Dramaturgia y dirección: Carolina Román. Reparto: Nacho Guerreros, Kike Guaza. Escenografía: Alessio Meloni. Iluminación: David Picazo. Vestuario: Cristina Rodríguez. Sonido: Nelson Dante. Teatro Español (Sala Magarita Xirgu). Madrid.

Estrellas Volodia

4 respuestas a «Cuando lloran las palomas»

  1. Excelente y original puesta teatral. La interpretación de Nacho Guerreros nos puso los vellos de punta. Muy rica en matices también la interpretación de Kike Guaza. Imprescindible

  2. La vi ayer en Zaragoza. Magnifica! Me impresionó en todos sus aspectos. Nacho Guerreros y Kike Guaza, maravillosos.El final me emocionó.
    Qué suerte ver Teatro!!

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