TODOS
La primera pregunta que todo espectador debe plantearse es por qué va a ver una obra, qué espera de ella. Y debe ser sincero consigo mismo. Quizá mi error primero con Todos fuera no hacerme esta pregunta. Estuve tentado de abandonar la sala a los diez minutos de comenzar la función. Eso implicaría, claro, no escribir esta crítica. No le veo sentido alguno a destruir el esfuerzo de una productora pequeña, máxime cuando nada se gana con ello. Pero pensé entonces en las funciones de la crítica, y en que no se trataba ya de una dramaturgia vergonzosa, una producción lamentable o una propuesta semimusical cutre. Lo peor de “obras” como Todos, que desde hace algún tiempo pululan por las carteleras teatrales en las grandes ciudades, es que son el síntoma de una cierta decadencia generacional. Son el signo de tiempos vacíos.
Entiéndanse estas líneas no tanto como un ataque encendido hacia una joven compañía a la que no conozco de nada -no es personal, sólo teatral-, sino como un análisis entre desesperado y cabreado del ambiente que nos rodea.
Todos es fruto de la España de Gran Hermano y OT, un vehículo facturado con prisas y sin interés alguno más que el de llenar una sala rápidamente con un público incauto -aventuro que veinteañero y treintañero-, que pisa poco otros teatros y tiene poco, por tanto, donde comparar. ¡Santa Talía, qué telones y qué escenografía! Por no hablar del movimiento actoral convertido en un caos, el rincón del teclado molestando a los actores y con el músico mascando chicle, el espantoso vestuario (la foto que acompaña es de ensayo, y casi mejor), las entradas y mutis descoordinados, la iluminación descuidada…
Todo lo anterior, al cabo, es anecdótico. Podría achacarse a la falta de medios y ser mejorable. Lo peor de Todos es su fondo, una nada dentro de un vacío, una criatura de encefalograma plano que se expresa con una propuesta dramático-musical tan somera que es imposible extraer nada de sus aguas salvo lugares comunes, frases hechas y consignas de autoayuda.
“Lo peor de Todos es su fondo, una nada dentro de un vacío, una criatura de encefalograma plano que se expresa con una propuesta dramático-musical somera”
La dramaturgia (sic) es una sucesión de diálogos entre parejas que podrían pertenecer a aquella Escenas de matrimonio -la serie de televisión, no la obra de Bergman-, en versión milenial (y con menos humor), sazonadas con algún oratorio con las mismas pretensiones y la profundidad del mensaje de una galleta china de la suerte.
El “tema”: chico-echa-en-cara-a-chica-sus-problemas y viceversa. Que si ya no me quieres, que si ya no me haces caso, que si lo nuestro se ha acabado, que si lo nuestro en qué punto está… Los ocho asistentes a una fiesta parecen invitados de First Dates o algún programa similar: a los veinte minutos ya han hecho un baile de parejas y todos tan contentos. Mi recomendación: que lo solucionen en un hotel cuanto antes y nos ahorren hora y media de tedio.
Que conste: las historias de relaciones y parejas pueden ser emocionantes y magnéticas, incluso las que abordan lo cotidiano. Lo que no deben ser son banales.
“La dramaturgia (sic) es una sucesión de diálogos entre parejas sazonadas con algún oratorio con la profundidad del mensaje de una galleta china de la suerte”
La receta de felicidad que propone este texto de Queralt Riera, también directora del despropósito, es precipitada e inocua. ¿Problemas? Ninguno: busca a tu media naranja, que es lo único importante en la vida. Porque el telón de fondo de esta historia, la muerte de un amigo -la fiesta en teoría es la manera que tiene el grupo de recordarle, grabándole mensajes y leyendo unas cartas que dejó- es una excusa tramposa. No hay intención alguna de hablar de la muerte, del dolor, de la ausencia. No vaya a ser que alguien se incomode.
La pretensión de trascendencia está ahí, pero roma, sin aristas, encerrada en una pecera en versión… ¿budista? Una trascendencia con reencarnación del difunto en pez. Buscando a Nemo tenía más mensaje, por más que al final la obra quiera ponerse un poco seria, en plan Los amigos de Peter (y no digo más, para que no me acusen de hacer spoilers, aunque dudo que el público potencial de la obra haya visto este filme ochentero).
Lo único que al final le interesa a la historia es emparejar cuanto antes de nuevo a su granjero-busca-esposa, perdón, su treinteñera-urbana-busca-novio (o novia, lo políticamente correcto e inclusivo no falta en todas sus versiones) y colar entre medias tres o cuatro temas de música infumable y letra que sonroja. Un botón: “Quédate/ Quédate conmigo/ y no te vayas”. A ver, porque si se va, no se queda. Y así.
“La pretensión de trascendencia está ahí. Pero ‘Buscando a Nemo’ tenía más mensaje, por más que al final la obra quiera ponerse un poco seria, en plan ‘Los amigos de Peter'”
Voy a ahorrarme la valoración de los actores, dejémoslo en que casi todos necesitan más trabajo y un maestro que les aconseje no sólo cómo actuar sino qué obras elegir. O un “coach”, que se lleva mucho ahora, igual que el vino ecológico, el yoga, el pilates y otros tópicos que salpican los diálogos de este desatino generacional. Son los caramelos a la puerta del colegio para llegarle al fondo del alma o del iPhone a las víctimas propiciatorias, que estarán deseando contar en Instagram que anoche fueron a un teatro.
A quienes hayan llegado hasta aquí y ya hayan llamado de todo a este crítico -supongo que, entre otras cosas, clasista, elitista, pedante y cultureta-, déjenme volver a la idea del entretenimiento necesario y digno. No está tan lejos: en la misma sala, en la función anterior, lleva siete años de éxito la divertidísima Burundanga, que recomiendo sin dudar. Oigan, y no es Schopenhauer ni Brecht. Pero no insulta a la inteligencia.
Autoría y dirección: Queralt Riera. Reparto: Nuria Tomás, Carlota Baró, Erika Bleda, Carles Pulido, Yara Puebla, Óscar Morchón, Rafa Maza y Carla Berrocal. Música original: Alfonso G. Aguilar. Música en directo: Yeyo Bayeyo. Teatro Lara (Sala Cándido Lara). Madrid.