La madre que los parió

MADRE CORAJE Y SUS HIJOS

Madre Coraje es uno de los grandes personajes del teatro del Siglo XX, pero, a la vez, es uno de los más equivocados en la percepción general que de él se tiene. El término “madre coraje” ha venido a ser sinónimo de valentía y determinación frente a una adversidad o abuso. Nada más lejos de la realidad: Anna Fierling es la gran culpable de la pérdida de su prole. Ella encarna -encaramada a un carromato- las miserias humanas, encabezadas por la codicia. Lo cantaba Tom Waits: “Misery is the river of the world”. La guerra es el tercer jinete del Apocalipsis, sí, pero Anna decide acompañar el galope salvaje del caballo rojo para hacer caja, caiga quien caiga.

En este sentido, la traducción de Miguel Sáenz y el montaje de este texto emblemático de Bertolt Brecht con el que Ernesto Caballero se despide del CDN eligen salirse del guion: la Anna Fierling de esta producción es una mujer con sentimientos, dolida sinceramente en algunos momentos, preocupada por su prole, con una interpretación de Blanca Portillo que la humaniza, si no en todo su recorrido, sí al menos en escenas puntuales. Es una mujer de armas tomar, dura y tabernaria, pero no por ello una pícara ni una tramposa, sino una víctima más de la guerra de la que se alimenta, al contrario que otras versiones que potenciaban su culpabilidad.

Caballero lleva décadas facturando un teatro de relojería, cabal y con un dominio de ritmos y trabajos actorales soberbio, desde Portillo, que no defrauda, a un sólido Jorge Kent

Este montaje de Caballero, el segundo en el CDN después del de Gerardo Vera (2010), al menos que yo recuerde, es dinámico, tiene un elenco poderoso y bien dirigido y no se hace pesado en ningún momento. Caballero lleva décadas facturando un teatro de relojería, cabal y con un dominio de ritmos y trabajos actorales soberbio, desde Portillo, que no defrauda y vuelve a entregar otro trabajo soberbio, a un sólido Jorge Kent, Samuel Viyuela e Ignacio Jiménez -los hijos- o Ángela Ibáñez, la muda Kattrin, que protagoniza el momento más conocido del montaje, el redoble mortal que sobrevuela con dignidad la miseria que rodea a todos los personajes.

En el debe, la apuesta estética de esta producción es, más que anacrónica, caótica. No acabo de entender los figurines y la caracterización, que firman respectivamente Gabriela Salaverri y Moisés Echeverría, alejados por supuesto del siglo XVII en el que transcurre la acción –la guerra de los Treinta Años entre católicos y protestantes-, pero también de cualquier gremio, grupo o época comprensible. Portillo parece una mezcla de indigente, pandillera de banda latina y feriante de pueblo, aunque la boina a lo Che Guevara descoloca. Los soldados podrían pertenecer a un cuartel americano o yugoslavo, y los hijos de la protagonista debería ser uno veinte años mayor que el otro si atendemos a sus ropajes: uno parece salido de la explosión grunge de los 90 en Seattle y el otro de algún narcopiso de hoy en día de Orcasitas.

No acabo de entender los figurines y la caracterización, alejados por supuesto del siglo XVII, pero también de cualquier gremio, grupo o época comprensible.

Salvedades estéticas al margen, Madre coraje y sus hijos es un montaje potente, con juegos de carteles luminosos led e iluminación inconformista, y un bello homenaje de Caballero a la propuesta original de Brecht, ya que preserva las canciones y música que Paul Dessau compuso para su estreno en 1949, acercando esta tragedia al terreno del musical de entreguerras que Brecht dominó en Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny y La ópera de tres centavos.

Una propuesta interesante además en su interpretación, pues explora con acierto los horrores de la guerra, así como las ciénagas del alma. Aquellas que empujan a la prostituta Yvette a buscar la sombra que más abriga (estupenda Paula Iwasaki), y al cocinero y al predicador a hacer lo propio al abrigo de la carreta de madre coraje, un sustento asegurado en tiempos de hambre e incertidumbre (bravo por los siempre solventes Paco Déniz y Jorge Usón). Y, sobre todo, el mismo instinto de supervivencia, aunque sea comulgando con el diablo -la pérdida de un hijo… o varios-, que arrastra a Anna Fierling a llevar su carro maldito allí donde caen los morteros y los hombres se matan los unos a los otros.

Cambio de época: escucho a Dylan. “Let me ask you one question / Is your money that good? /Will it buy you forgiveness / Do you think that it could? / I think you will find / When your death takes its toll / All the money you made / Will never buy back your soul”. Pienso en quienes matan hoy, igual que ayer. Y pienso en la madre que los parió y en lo necesarias que siguen siendo obras como ésta, una de las mejores, para quien firma, de Brecht.  


Autor: Bertolt Brecht. Director: Ernesto Caballero. Intérpretes: Blanca Portillo, Paco Déniz, Jorge Usón, Ángela Ibáñez, Paula Iwasaki, Samuel Viyuela, Jorge Kent, Ignacio Jiménez, Janfri Topera, David Blanco, Bruno Ciordia. Composición musical: Paul Dessau. Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo. Escenografía: Paco Azorín. Iluminación: Paco Azorín y Ernesto Caballero. Vestuario: Gabriela Salaverri. Teatro María Guerrero. Madrid.

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