Yo, robot

METÁLICA

A estas alturas del siglo XXI cualquier persona mínimamente interesada en la tecnología y en la ficción conoce las tres leyes de la robótica de Asimov. Quizá, ya entrados en la era de la IA e internet, nos queda enunciar correctamente un nuevo conjunto de leyes: las de la Humanidad; es decir, las que regirán nuestra relación con los robots y, en concreto, su uso sexual (un tema del que ya se ha escrito, aunque queda mucho camino por andar). De esa relación trata el angustioso, terrible y a la vez divertidísimo nuevo montaje de Íñigo Guardamino, Metálica.

Metálica es una bofetada políticamente incorrecta no ya tanto a cómo nos comportamos con las máquinas sino a cómo somos los unos con los otros. Un espejo que nos enfrenta a nuestra deshumanización y carencia de ética en una sociedad sin valores. O con valores muy extraviados. Como si el ‘Yo, robot’ de Asimov debiéramos entonarlo los humanos, que corremos el peligro de convertirnos en contenedores de carne, huesos y fluidos vacíos de todo sentimiento.

En realidad, ignoro si realmente el tema de la robótica le interesa al autor y director, o si es una excusa, un vehículo narrativo. Quiero creer que algo le debe de llamar la atención. Pero, en el fondo, detrás de su bestiario humano de mitad de siglo XXI -la acción nos sitúa en 2044-, se escoden vacíos existenciales y morales. Así, Guardamino recorre una historia con familiares incapaces de llorar y enterrar adecuadamente a sus muertos (los funerales tienen lugar de forma virtual y añadiendo los oportunos emoticonos y hashtags a mensajes moldeados por una empresa); hikikomoris adolescentes anulados para las relaciones sociales que se contentan con sus videojuegos y sus robots sexuales; personas capaces de construirse réplicas robóticas de un ser querido para seguir emulando una realidad física y emocional que ya acabó… Y, en el fondo, una terrible incomunicación. En el siglo del ruido, los mensajes desaparecen.

Metálica es una bofetada políticamente incorrecta. Un espejo que nos enfrenta a nuestra deshumanización y carencia de ética en una sociedad sin valores

Más allá de la deshumanización, los amantes de las cuestiones  morales relacionadas con la robótica encontrarán algunas ya planteadas: ¿tiene derechos un robot? ¿puede tratársele como a un esclavo? ¿es lícito destruirle sin más? También preguntas espinosas, algunas de ellas ya esbozadas en otros contextos: el uso sexual de un robot humanoide con forma de niño nos repugna como sociedad, pero, al no haber una víctima humana, ¿debemos prohibirlo? Si bien no hemos llegado a esto, todo se andará, y en el fondo el dilema es similar al que plantea el lolicon, el shotacon y ciertos tipos de hentai.

Todo en Metálica es interesante. Pero eso no basta per se para que un montaje sea buen teatro. Por fortuna para el espectador, Guardamino ofrece además una propuesta juguetona, desinhibida, ágil. Un montaje cargado de humor negro y sin pelos en la legua, que aprovecha sabiamente el pequeño espacio para el que está concebido con una puesta en escena en dos niveles -por el fondo sucede parte de la acción, en contrastes luminosos-, una inteligente iluminación y escasos recursos más allá del cuerpo y el buen hacer. Los robots son actores. Y ya está. Es una convención, un pacto en el que el espectador entra y no se echa en falta nada más para hacer de este pequeño montaje un terremoto en las conciencias.

Guardamino ofrece una propuesta juguetona, desinhibida, ágil. Un montaje cargado de humor negro y sin pelos en la legua, que aprovecha sabiamente el espacio para el que está concebido

Eso, y un sexteto de intérpretes bien engrasados -nunca antes esta frase hecha vino tan a cuento- que demuestran talento y frescura tanto en sus humanos como en sus almas de metal. Sara Moraleda y Rodrigo Sáenz de Heredia son habituales en otros montajes del autor. Aquí, de nuevo, demuestran su versatilidad y talento, ella como una humana atribulada por un abandono sentimental que acabará recurriendo a las máquinas; él, como un hombre con un secreto que al final saldrá a la luz y planteará uno de los dilemas morales de la función.

Esther Isla ofrece una creación muy divertida en la piel rejuvenecida de una anciana matriarca empresarial (Guardamino también observa con inquietud a una sociedad que se niega a envejecer con tratamientos, operaciones y, en el futuro, mejoras y sustituciones biónicas de todo tipo).

Pablo Béjar se adapta perfectamente al ritmo y tono de Guardamino, uno como el amante humano, primero, y recreación robótica, después, de una mujer que se niega a pasar página (algo muy similar a Be right back, aquel episodio de Black Mirror). También Carlos Luengo, convertido en adolescente en desconexión brutal de la realidad, sobrepasado de forma trágica por los estímulos sexuales (un tema que ya abordó Guardamino en Monta al toro blanco). Y finalmente, pero no menos, Marta Guerras, en el más robótico de los papeles: reducida como actriz a un único registro, logra arrancar risas en más de un momento con su recreación de muñeca sexual.

Guardamino tiene en este Metálica el verbo tan rápido y abundante como en sus anteriores trabajos. Es una de sus marcas: escribe diálogos profusos y cargados, aunque no cargantes. En Metálica hay más juego de conjunto, más lenguaje escénico -lo que se ve, lo que se narra con la presencia y los planos- que en otras comedias oscuras del autor como Castigo ejemplar yeah!, sin dejar de ser teatro de texto por los cuatro costados. Y esto, si cabe, sitúa a este montaje incómodo y osado algunos peldaños por encima de aquél. Un acierto del CDN y de su ciclo Escritos en la escena, de donde ha surgido.


Autor: Íñigo Guardamino. Director: Íñigo Guardamino. Intérpretes: Pablo Béjar, Marta Guerras, Esther Isla, Carlos Luengo, Sara Moraleda y Rodrigo Sáenz de Heredia.. Iluminación: Bea Francos Díez. Escenografía y vestuario: Paola de Diego. Espacio sonoro y música: Fernando Epelde. Música y canciones: David Ordinas. Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa). Madrid.

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