CASTIGO EJEMPLAR YEAH
¿Quién no ha visto alguna vez a un niño insolente, uno de esos enanos realmente desagradables, y ha pensado: “La culpa es de los padres, habría que verlos a ellos”? La propia palabra maleducado encierra la respuesta a esta ecuación. Aunque numerosos estudios vienen a indicar que hay mucho que se nos escapa a los progenitores y tiene que ver con el ambiente; que al final, por muy bien que creamos hacerlo -y no siempre es así-, serán sus amigos, novios, profesores y estímulos incontrolables externos los que marquen su personalidad. Que en ese teatro de la vida, los que depositamos en ellos nuestras mejores intenciones somos actores secundarios.
Castigo ejemplar yeah, un texto sabroso, gamberro y negrísimo de Íñigo Guardamino (Bilbao, 1973), habla de estas cuestiones y de varias zonas oscuras de la familia. Reconozco que se me fueron pasando otros estrenos de este autor -que desde ya prometo seguir- como Vacaciones en la inopia (2013), Solo con tu amor no es suficiente (2015) o hace tan solo unos meses Este es un país libre y si no te gusta vete a Corea del Norte (2017). La sala La Trastienda acogió esta misma comedia en 2014 y ahora lo hace un nuevo espacio recién inaugurado en el corazón de Malasaña, Intemperie Teatro, una sala independiente y mínima -dos hileras de butacas frente al escenario- que ofrece experiencias en crudo, una proximidad que desarma, un ambigú en el que apetece quedarse y una programación prometedora. A ver si dura.
“Hay en la obra una sátira feroz a un segmento de la sociedad, aquel que cae en el fariseísmo y es capaz de las peores intenciones siempre que sea de acuerdo a los mandamientos”
En Castigo ejemplar yeah un matrimonio se cuela de noche en el exclusivo colegio donde está internado su hijo. El angelito ha cometido su tercera falta grave y le espera el castigo ejemplar del título: la expulsión. Pero él, un abogado de recta moral, reaccionario y vacío, y ella, una comerciante autónoma abducida por las ventas, aspiran a mantener su status social, y la expulsión del chaval no entra en sus planes. Pretenden robar las pruebas para que no haya caso. Toda la función transcurre en el despacho del director, recreado en un realismo simple con un par de archivadores, una alfombra y un escritorio en el que un crucifijo nos da una pista desde que arranca la pieza: estamos en un colegio religioso.
Guardamino saca en su texto muchos cadáveres del armario, pero no el más obvio: no, la cosa no va de curas pederastas, aunque de refilón también se toque el tema. El retrato es más variado: hay toda una crítica implícita al modelo educativo y la Iglesia católica. Pero, por encima de todo ello, hay una sátira feroz a un segmento de la sociedad, aquel que cae en el fariseísmo y es capaz de las peores intenciones siempre que sigan los mandamientos, ya sean los de la Santa Madre Iglesia o los del Club de Campo. La maldad latente en esta comedia sombría e hiperbólica, casi farsesca, deja claro que hay mensaje e ideología. En ese sentido, es teatro combativo. A Guardamino cabría objetarle que chapotea en el retrato maniqueo sin pudor, lo cual reduce parte de sus potencial analítico y comunicativo, parte de su valor. Pero diablos, qué bien lo hace.
“A Guardamino cabría objetarle que chapotea en el retrato maniqueo sin pudor, lo cual reduce parte de sus potencial analítico y comunicativo, parte de su valor. Pero diablos, qué bien lo hace”
Porque la mejor baza del montaje es el texto fluido y hábil del autor, un torrente de creación inesperada que enlaza con el mejor teatro del absurdo y ha bebido sin duda del teatro de la crueldad. Debajo de su piel de comedia de situación y de crítica social, hay un texto que quiere ser algo más: creación contemporánea, viaje libre de cadenas escapando a las barreras del género. No caigamos en la tentación de etiquetar este Azcona subido de tono -lo sexual está presente sin velos a lo largo de la obra- como una comedia social. Es dramaturgia circular y repleta de vericuetos con una prosa a la que sólo se le podría pedir limar sus pedradas textuales en el rostro del espectador para volar alto. Es el thriller que podría haber firmado un Jordi Galcerán sometido a experimentos genéticos con algo de sangre de Paco Bezerra y de Denise Despeyroux.
Rodrigo Sáenz de Heredia y Natalia Díaz exprimen el humor del texto en su punto justo, con un recital de recursos y transmiten juego y reflexión, intimismo y exposición desnuda. Retratan a la perfección la suciedad, los defectos y las miserias de las criaturas pequeño burguesas con aspiraciones a clase alta que Guardamino pone en sus manos y que el propio autor dirige con inteligencia y atino en ritmos y cambios varios. Al final, no se trata tanto del chico sino de ellos, protagonistas, sujeto y objeto del problema.
“Rodrigo Sáenz de Heredia y Natalia Díaz retratan a la perfección la suciedad y las miserias de las criaturas pequeño burguesas con aspiraciones a clase alta que Guardamino pone en sus manos”
Castigo Ejemplar Yeah en algún momento haría disfrutar a la filiofóbica Angélica Liddell. La propia paternidad engendra, por sistema, un monstruo: el que está destinado a matar al padre. Ay… Freud. Ya saben esa broma de que a los cinco años están para comérselos y a los quince lamentas no habértelos comido. Aunque este chaval, el de las tres faltas, quizá debería haber sido él quien se zampara a sus padres y le habría ido mejor.
De fondo, según avanzan la comedia y la oscuridad a la par, nos asomamos a una ventana que incomoda. Aunque Guardamino nos arranque risas, descubrimos que bajo la alfombra del hogar y de las instituciones hemos ido escondiendo el bullying más extremo, la alienación de los jóvenes sin rumbo -y sus consecuencias, ahí está Columbine como eterno aviso-, la incomunicación, el vacío de objetivos… También la degradación familiar e incluso la prostitución en diversas formas que puede ejercer un adulto para lograr un objetivo.
Sí, el chaval quizá sea un monstruo. Todo un subgénero, las proles malvadas, que aprendimos a amar con La profecía, y que nació en una sociedad, la de finales de los 70, que empezaba a ver cómo sus hijos ya no se contentaban con matar al padre en sentido metafórico. Pero la culpa es nuestra, nos dice Guardamino. Sirva como advertencia.
Texto y dirección: Íñigo Guardamino. Intérpretes: Rodrigo Sáenz de Heredia y Natalia Díaz. Iluminación: Pedro Guerrero. Escenografía y espacio sonoro: María José Pazos. Intemperie Teatro. Madrid.
2 respuestas a «En el nombre del padre»