Metamorfosis a ritmo de tortuga

APROXIMACIÓN A LA IDEA DE DESCONFIANZA

Un momento de sublime poesía subversiva desde su aparente inocuidad: dos actores reconstruyen con paciencia, como si fuera lo más normal del mundo, una lechuga, un tomate y una zanahoria, hoja a hoja, trozo a trozo, y vuelven a plantarlos en un saco de abono. Un huerto «frankensteiniano» e imposible: las ciudades muertas, la vida que llevamos muerta, el consumismo muerto, y todo resucitado en una utopía bucólica e idílica, aunque imposible como toda utopía. Esta deconstrucción en «rewind» de la destrucción, esta inversión del puzzle de la vida cargada de mensaje, sólo tiene un nombre: Rodrigo García. El esperado regreso del autor hispano-argentino a Madrid se produjo por fin -bien por el Festival Escena Contemporánea y por La Casa Encendida, espacio siempre atento a las últimas tendencias- con Aproximación a la idea de la desconfianza, título desconcertante, largo como es habitual en García y engañoso, como sus declaraciones previas a la prensa. García vendía una metamorfosis personal: «Ya no destruyo un supermercado entero en escena, hay palabras que son como bombas», había dicho. Los silencios son ahora, aseguraba, sus grandes bazas como herramienta de la exasperación del público.

García vendía una metamorfosis personal: «Ya no destruyo un supermercado entero en escena, hay palabras que son como bombas», había dicho

¿Rodrigo García se ha calmado entonces? ¿Ha evolucionado a nuevos lenguajes escénicos? Para quien sea devoto de sus excesos de jugos y alimentos salpicados por doquier, tranquilos: no. Diga lo que diga, su gran fuerza y quizá su mayor debilidad residen en la incapacidad del mayor transgresor de la escena independiente para serlo consigo mismo: García sigue siendo, básicamente, el mismo.

Hablamos de un autor de la vanguardia más extrema en teatro… o algo parecido. Porque Aproximación a la idea… circula por las fronteras difusas de la performance, la videocreación o la instalación. Los actores no hablan. El texto de García se proyecta en una pantalla durante todo el montaje (excepto en los cinco minutos finales) mientras tres protagonistas van cumpliendo con las oportunas acciones cargadas de simbolismo y rabia: desnudarse, cubrirse de barro, mojarse, calmar gallinas que corretean por el escenario, demarcar sus cuerpos inertes con trazos de leche… ¿Cuál es entonces la diferencia con Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba o La historia de Ronald, el payaso de McDonalds, sus obras más rabiosamente anticonsumistas y guerrilleras contra un sistema que nos ancla al móvil, al coche, a las ropas de marca que no necesitamos…? Ninguna, en ese sentido.

El montaje circula por las fronteras difusas de la performance, la videocreación o la instalación. Los actores no hablan. El texto se proyecta en una pantalla durante todo el montaje

El texto proyectado de García empieza con una hermosa reflexión sobre la voluntad, las cosas que dejamos a medias en la vida, las renuncias que se meten en nuestra rutina casi como parásitos, asaltando nuestro desayuno, haciéndonos infelices. Pero acaba virando hacia territorios conocidos: la Visa que nos ata, el mensaje «oficial» de Occidente enfrentado al que él defiende (con todos los tópicos de la izquierda «antisistema» que eleva a los altares a Evo Morales y Hamas, ¿ellos no utilizan la Visa ni son parte del problema?), el «establishment» en definitiva como monstruo que aniquila la voluntad del individuo.

Hay en esta propuesta, quizá más difícil de clasificar en lo formal que otras de García, aunque similar en los contenidos, momentos de brillo y talento: sólo a García se le ocurre que veamos el mundo a través de los ojos de una tortuga. Y no, no es Harriet, la de Mayorga, que nos cuenta su experiencia: literalmente viajamos a la altura de uno de estos anfibios, metido en un tanque de cristal, a través de una cámara en su caparazón.

Hay individuos torturados por chorros de agua a presión, una fantasmagórica figura que se sacude polvos de talco como si volviera de la tumba, o un amasijo final de tres cuerpos embadurnados en miel y barro. Son momentos que hipnotizan. Otros no tanto –la escena del payaso-. Por encima de todo, el talento de García sigue intacto: hacer lo que quiere, molestar, plantear dudas y conflictos, todo con una escritura cargada de ironía. Ahora sólo falta verle crecer, sobreponerse a sus propios miedos y animarse algún día a hacer algo diferente.


Texto: Rodrigo García. Dirección: Rodrigo García. Luz: Carlos Marquerie. Animación: Cristina Busto. Vídeos: Ramón Diago. Reparto: Patricia Álvarez, David Carpio, Amelia Díaz, Rubén Escamilla, Juan Loriente, Nuria Lloansi, David Pino, Daniel Romero, Víctor Vallejo, Isabel Ojeda. Música: Tape, Chiquita y Chatarra, David Pino y David Carpio. Festival Escena Contemporánea. La Casa Encendida. Marzo 2008.

Crítica publicada originalmente en La Razón y recogida en Notas desde la Fila Siete (Marzo 2008)

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