Hermosa parábola

EL CUADERNO DE PITÁGORAS

Existe una larga tradición en diversos países que vincula el teatro a las cárceles. El teatro ofrece a los reclusos, convertidos en otras personas por unos días, semanas o años, y acaso transformados para siempre, una ventana a otra realidad. La escena les habla: les dice que la sociedad no les da aún por perdidos, que son personas y hay en ellos potencial creativo. Se trata de una realidad viva, poderosa y muy desconocida que abrigan numerosos centros penitenciarios, con algunos ejemplos destacados como la trayectoria impecable de Las Yeses, el grupo de mujeres de la cárcel de Yeserías que dirige desde 1985 Elena Cánovas. Fruto de una  experiencia similar nace El cuaderno de Pitágoras, una hermosa parábola y un retrato vitalista lleno de esperanza que firma Carolina África.

Autora y directora, África propone un mosaico de escenas desordenadas que, con saltos atrás y adelante en el tiempo, irán hilándose y componiendo el retrato de un grupo de hombres y mujeres arrollados por la vida. Una voluntaria formará con los reclusos un taller en el que unos cuantos “internos”, según la terminología oficial, se encontrarán con la magia del teatro. Algunas de las escenas más divertidas del montaje -una comedia amable de corte social con momentos de denuncia- las protagoniza esta atípica compañía, con un Emmanuel Cea pletórico, y unos Pepe Sevilla y Jorge Mayor igualmente divertidos y acertados. Manolo Caro carga sobre sus hombros con el dramatismo de un personaje, Furia, que hace honor a su nombre y sirve de epítome de una población variada.

En la cárcel hay desde asesinos hasta políticos, así que el retrato robot es complejo. Furia, drogadicto y asaltador de bancos, mató a un Guardia Civil en su huida hacia ninguna parte y ahora purga su culpa. Caro no solo tiene un físico peculiar que hace creíble a este ser marginal, sino que lo interpreta con una rabia de arrabal que nos acerca al desposeído.

Algunas de las escenas más divertidas del montaje las protagoniza esta atípica compañía, con un Emmanuel Cea pletórico, y unos Pepe Sevilla y Jorge Mayor igualmente divertidos

La única pega al montaje es de corte conceptual y requeriría mucho debate al margen de esta crítica -no es este el lugar-  ya que tiene que ver precisamente con lo anteriormente esbozado: la esencia de la culpa. Para una parte de la población, la sociedad es la culpable y el criminal una oveja descarriada a la que hay que atraer de nuevo al redil. Para otra parte, cada cual es responsable de sus errores y la cárcel el lugar donde corregirlos y asumir el castigo. Entre medias, hay estratos y matices. Y está lo que, a muy grandes rasgos, dice la teoría del Derecho: la triple función de la cárcel es, principalmente, reinsertora y reeducativa o resocializadora (para el criminal), pero también punitiva. Y, por último, protectora (para la sociedad). Insisto, hay mucha teoría sobre esto.

La obra de África opta por la primera visión, llegando a cuestionar la necesidad de esta institución, y dibuja una parábola del buen ladrón que obvia la existencia de otras categorías de criminales menos amables. Tan solo en el personaje de Furia se asoma a crímenes violentos e incluso entonces no puede evitar cuestionar la moralidad de la víctima (un guardia civil asesinado, sí, pero con sus claroscuros), restando ecuanimidad y credibilidad al mensaje final, tan acertado en su conjunto.

Si es un error demonizar a los presos como colectivo sin conocer cada historia, cada drama detrás de cada celda, convertirlos en ángeles, caídos pero ángeles al cabo, no lo es menos

Porque, si es un error demonizar a los presos como colectivo sin conocer cada historia, cada drama detrás de cada celda, convertirlos en ángeles, caídos pero ángeles al cabo, no lo es menos. El montaje de África peca de esta visión buenista, lo cual no deja de ser lógico dado su germen. Hecha esta salvedad, El cuaderno de Pitágoras es un ejercicio sensible e inteligente, impregnado de buen teatro, en el que la directora se sirve de unos paneles metálicos móviles y de un hábil uso de la iluminación y las proyecciones audiovisuales para crear los espacios de la prisión y del exterior, convirtiendo la pequeña Sala Nieva del Valle-Inclán en una enorme ventana al mundo, un lugar en el que caben discotecas, persecuciones, pisos de acogidas y hasta excursiones a la playa.

Con momentos antológicos -el taller teatral en el que los reclusos aprenden a expresar sus emociones o el bellísimo final-, esta producción del CDN deja historias humanas con las que es imposible no empatizar, en gran medida gracias al trabajazo de actrices como Nuria Mencía, Helena Lanza y Angélica Gledys. O una Victoria Teijeiro que asume roles variados. Este cuaderno es una sólida propuesta teatral que, matices al margen, invita a quedarse con lo mejor de su mensaje y animar a que sean muchos los voluntarios y las prisiones que hagan llegar el teatro sanador a quienes allí esperan, como los Paqui, Furia o Angélica de esta obra, ver un día la luz en sus vidas.


Autora: Carolina África. Dirección: Carolina África. Escenografía y vestuario: Ikerne Giménez. Iluminacion: Sergio Torres (AAI). Espacio Sonoro: Nacho Bilbao y Pilar Calvo. Vídeoescena: Davitxun (AAI). Movimiento escénico: Elena López Nieto. Intérpretes: Manolo Caro, Emmanuel Cea, Angélica Gledys, Helena Lanza, Ascen López, Jorge Mayor, Nuria Mencía, Pepe Sevilla, Victoria Teijeiro. Teatro Valle-Inclán (Sala Francisco Nieva). Madrid.

Foto: Luz Soria

Estrellas Volodia

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