ELECTRA
El teatro europeo se asienta sobre la base de grandes tragedias escritas hace más de dos mil cuatrocientos años en Grecia. Hoy sus historias siguen vivas y sus mensajes son poderosos. Sin embargo, no siempre encuentra la forma de conectar con una sensibilidad que ha cambiado. Al contrario que el teatro del Siglo de Oro o el Isabelino, que hoy llamamos teatro clásico, la tragedia griega no puede apoyarse en la magia del verso y lo ha de fiar todo al dilema de sus personajes, a sus destinos impactantes y a la fuerza de un texto que a menudo se pierde en la traducción. Experimentos enloquecidos y juegos legítimos y divertidos (pero juegos, al cabo), ¿qué camino puede seguir un montaje de uno de estos textos para conmovernos y a la vez librarse de todo lastre cultural, de toda barrera social e histórica y, hablando claro, de cualquier atisbo de naftalina? La respuesta parece fácil pero implica un ejercicio complejo: hacerlo como ha hecho Fernanda Orazi en Electra.
La Electra de la compañía Pílades Teatro ha pasado fugazmente por La Abadía. Espero que esta crítica tardía ayude al público de otras ciudades si recala por su teatro local la nueva pieza como directora de esta gran actriz. Sus muchas tablas se dejan ver en su trabajo alejada del escenario: Orazi factura una Electra envolvente y cercana que se olvida de la solemnidad sin caer en la parodia y que, buscando cómo contar la historia desde hoy, desde una conexión con los códigos de comunicación actuales, encuentra el humor pero no da la espalda a la enorme tragedia que narra.
Orazi factura una Electra envolvente y cercana que se olvida de la solemnidad sin caer en la parodia, que encuentra el humor pero no da la espalda a la enorme tragedia que narra
Estamos en el ciclo troyano y en lo que se ha llamado saga de los Átridas. Agamenón, rey de los aqueos y hermano de Menelao -el esposo de Helena, la bella con la que se fuga Paris- ha sacrificado a los dioses a su hija Ifigenia para lograr vientos favorables para sus naves. Una vez acabada la guerra -ya saben, Ulises, el caballo de madera, la ciudad arrasada- Agamenón vuelve a Micenas. Pero Clitemnestra no perdona el sacrificio de su hija y asesina al marido. Aquí arranca nuestra tragedia: Electra, hija del rey asesinado, no perdona a la madre, convertida en nueva reina junto a su cómplice Egisto, y espera la llegada de Orestes, su hermano, huido de pequeño. El príncipe, ya un hombre, regresará y se consumará el ciclo de venganza.
Todo el párrafo anterior suele ser necesario en muchas puestas en escena: es inevitable perderse a veces en la mitología y la genealogía. Una de las virtudes de esta Electra es su capacidad para, desde una aparente banalización -que no es tal, la tragedia acecha y crece- convertir e una historia de hoy unos hechos de hace siglos. Y no con la descontextualización: la directora mantiene las fechas y los hechos. No pretende llevarlo a otro momento ni lugar. Sencillamente, los diálogos y monólogos de sus actores encuentrab la virtud de una forma teatral de hoy. Hay, por supuesto, algo de parodia y de desmitificación en la manera en que los cuatro actores de este texto resumido se asoman a sus personajes y líneas. Pero al final Orazi apuesta por la importancia de las emociones recónditas, por lo profundo de la rabia, el dolor y la ira. Reímos con cómo se aproximan Orestes y el pedagogo a Micenas. Reímos con cómo Electra responde a su hermana, Crisótemis. Reímos mucho y es chocante, porque de golpe el montaje es capaz de devolvernos bofetada a lo que está sucediendo en la historia de unos hermanos que tiene la misión de acabar con la vida de su madre.
Orazi apuesta por una sobriedad casi extrema. Cuatro intérpretes, un escenario vacío. Poco más que contar. La iluminación, por supuesto, soberbia -con la firma de David Picazo. El resto es Sófocles y un trabajo llamativo de adaptación , de ensayo, de trabajo conjunto, que se intuye. Y cuatro intérpretes con gran talento. Carmen Angulo (Crisótemis y Clitemenstra) aporta la serenidad, Javier Ballesteros y Juan Paños los momentos más divertidos, con códigos de actuación que los alejan por completo del ciudadano griego para instalarse en cualquier joven contemporáneo del siglo XXI.
Leticia Etala se entrega con tesón, con rabia, con energía a raudales, a una Electra a la que humaniza y acerca también a nuestro entorno
Junto a ellos tres, terrenal y divertida, una bomba de relojería en escena, Leticia Etala, que se entrega con tesón, con rabia, con energía a raudales, a una Electra a la que humaniza y acerca también a nuestro entorno. Electra es Hamlet, en cierto modo, aunque es inevitable sentir más afinidad hacia Clitemnestra, cuyo pecado al cabo fue vengar la muerte de una hija, que hacia la vana Gertrudis
Acaba Electra y hemos visto a la vez una tragedia griega y una historia europea de hoy. Un montaje sorprendente que debería dar mucho que hablar, además de regresar para, al menos, una segunda ronda en Madrid.