Caciondeo molto vivace

MAESTRÍSSIMO

Hace ya unos cuantos años, Yllana, ese combo imprescindible de la historia del humor escénico en España en las últimas décadas, estrenó Pagagnini, la mezcla perfecta entre música clásica y comedia gestual, con la estrella del violín Ara Malikian como primus inter pares en escena y sorprendente debutante de vena cómica. Siguiendo la estela de aquel espectáculo rompedor, la compañía estrenó en 2019 este Maestríssimo (subtitulado Pagagnini 2), que se me escapó en sus anteriores temporadas y ahora, en su regreso a Madrid, recupero presto porque es de justicia, porque es un espectáculo redondo y porque se pasa un rato de primera.

Maestríssimo, como Pagagnini, es un recorrido popular y con resultados divulgativos -sin asomo sin embargo de intención didáctica, su espíritu es burlón y lúdico, y eso tiene mérito- por lo mejor de la música clásica más célebre, de Vivaldi a Beethoven, de Mozart a Paganini (cómo no) y mucho más, a lomos de una historia naïf y una dramaturgia y puesta en escena que, poniéndonos serios, podemos decir que bebe del humor gestual, el clown, la commedia dell’arte y muchas otras fuentes, y que sin ponernos tan serios sin duda podemos afirmar que es más gansa que la mujer del ganso.

David Ottone y Juan Ramos, como es habitual en Yllana, firman este juguete cómico-musical para todos los públicos: no lo duden, lleven a sus hijos, a sus sobrinos, a sus nietos. Lleven si pueden también a sus hermanos, padres, tíos o abuelos. La deconstrucción irreverente de la solemnidad de las salas de conciertos es parte de su encanto, pero en el viaje, entre risa y risa, uno se lleva puesto un popurrí de clásicos que nunca están de más.

Eduardo Ortega, Jorge Fournadjiev, Isaac M. Pulet y Jorge Guillén “Strad” dan vida al cuarteto protagonista, que nos lleva a los siglos XVII y XVIII, calzas, levitas y pelucas mediante, al más puro estilo de la Viena de Mozart. Nada más necesitan Yllana, Ottone y Ramos: la magia está en las las miradas, las torpezas, los equívocos, las envidias y las salidas de tono de unos humanísimos intérpretes, un conjunto en el que el director y primer violín aspira al codiciado título de Maestríssimo, pero debe componer una pieza original para ganárselo. Con él, el concertino, el segundo violín y el violonchelo, cada uno con su personalidad.

Cada personaje y su respectivo músico/actor tiene sus momentos de protagonismo, tanto musicales como teatrales. Disfruté especialmente con algunos del chelista, Jorge Fournadjiev, de un genial estoicismo autoparódico, y con el ego exagerado del primer violín, encarnado por Strad, pero los cuatro demuestran ser no solo fabulosos músicos sino actores con una vis cómica tan afinada como sus cuerdas. 

La facilidad con la que enlazan el célebre vals de Shostakovich con la más conocida de las bandas sonoras de Nino Rota o a Bach con los Beatles y la naturalidad con la que encajan a The Police, John Williams y AC/DC en un viaje melómano demuestran que con todo se puede hacer teatro cercano y entretenido. Buen teatro, en definitiva.


Idea original, creación y dirección: Yllana. Dirección artística: Juan Ramos y David Ottone. Escenografía y vestuario: Tatiana de Sarabia. Maquillaje: Sara Vares. Iluminación: Fernando Rodríguez Berzosa. Sonido: Luis López de Segovia. Atrezzo: Gonzalo Gatica. Coreografía: Carlos Chamorro. Texto: Rafael Boeta. Luthier: Fernando Muñoz. Intérpretes: Eduardo Ortega, Jorge Fournadjiev, Isaac M. Pulet y Jorge Guillén “Strad”.  Teatro Infanta Isabel. Madrid.

Estrellas Volodia

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