Las diosas deben de estar locas

SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

Comparada con la versión de la compañía gallega Voadora, cualquier otra producción de El sueño de una noche de verano vista hasta ahora me viene a la memoria transformada: ahora parecen recuerdos pesados, sin sustancia, insulsos. La de estos iconoclastas visitantes del CDN puede ser muchas cosas, empezando por no ser acaso siquiera lo que su título reza, porque de Shakespeare queda bien poquito. Pero, desde luego, aburrida no es.

En esta nueva bacanal de los sentidos y las hormonas, que parece enlazar aquí y allá con el mensaje -y una vaga esencia- del maratoniano Mount Olympus de Jan Fabre, aunque sin tanta trascendencia (ni duración, por fortuna), el espectador levita como llevado por un sueño lisérgico, flota en una nube de elixires sexuales, disfruta, goza y ríe. Ríe mucho. Y entiende que sí, que esta historia pedía a gritos algo así de osado y diferente.

Amputado y destrozado el verso original, traducida la delicada seducción del lenguaje isabelino a un áspero mete-saca contemporáneo (si buscan responsables para agradecer o culpables para señalar, lo firma el dramaturgo chileno Marco Layera), del texto de Shakespeare queda sólo un eco lejano al que Voadora se encarama con voz propia transformándolo todo.

“Traducida la delicada seducción del lenguaje isabelino a un áspero mete-saca contemporáneo, del texto original queda sólo un eco lejano”

Los cuatro enamorados de Atenas que huyen al bosque siguen aquí, pero Lisandro es un transexual; Hermia, la hija díscola del Duque, una rebelde o una malcriada, según se quiera ver; y Helena y Demetrio están casados y con prole. Es precisamente la nueva condición de madre de la joven la que espanta al marido, que persigue ahora encendido a Hermia, quien sólo tiene ojos para su nuevo amado, amada o amade, que está en pleno subidón de hormonas por el tratamiento de cambio de sexo. Uf… ¿no?

Pero es precisamente esa sustancia sexual, atávica, juvenil, la que emana de la obra del bardo inglés. De eso va El sueño de una noche de verano: deseo descontrolado, prohibido y furtivo. De eso habla Romeo y Julieta: pasión irracional. De un estado hormonal, adolescente, inconsciente.

“Lisandro es un transexual; Hermia, la hija díscola del Duque, una rebelde o una malcriada, según se quiera ver; y Helena y Demetrio están casados y con prole”

Voadora transforma la Atenas del Duque, que en la obra celebra su enlace con Hipólita, en uno de esos salones de bodas horteras, con animador cantando a Sinatra para dar la bienvenida a los invitados (el público) y telones rosas al fondo, mientras las damas de honor posan. A partir de ahí, un carnaval profano e imaginativo de ramas en movimiento, ojos del bosque que todo lo observan, como salidos de una pesadilla de Dalí en la que se hubiera colado Magritte, cupidos que en vez de flechas usan taladro y clowns perdidos en la maleza (Bottom y compañía).

Los reyes de la noche y las hadas paganos que imaginó Shakespeare pasan a ser dioses y diosas locos y locas: un Oberón con aire de narco gallego en batín y una Titania con sobrepeso a medio camino entre Lady Gaga y una valquiria wagneriana. Enormes, actorazos, divertidísimos Borja Fernández y Areta Bolado. La aparición primera de ambos, entregados al juego del amor, es tan deliciosa como la escena de la Danza de las horas de Ponchieli en Fantasía, con los cocodrilos libidinosos persiguiendo hipopótamas provocadoras.

Un puñado de interpretaciones potentes -destacaría el trabajo hilarante de Diego Anido y la intensidad de Anaël Snoek, Demetrio y Helena, respectivamente- y un inteligente uso de la música, de EDM a Iggy Pop, y de la danza contemporánea como herramienta -bien insertada, con pequeñas coreografías y algún solo llamativo-, se suman al conjunto de virtudes de este elixir de amor embotellado en hora y media de fluido rosa.

Para quien firma, el camino elegido por Voadora está impregnado de inteligencia, por más disparatados que puedan parecer los gallegos: ¿qué mejor manera de hacer llegar un mensaje que con el humor, conquistando al público con una mirada irreverente, casi gamberra? El Puck de Hugo Torres es una presencia iconoclasta, desestabilizadora, por su naturalidad y comicidad. Cuando la compañía parece no tomarse en serio a sí misma, está blandiendo un arma poderosísima. Queda claro -meridianamente- que estamos ante una propuesta LGTBI, inclusiva y reivindicativa. Una obra combativa que se sirve de un clásico para hablar de lo que le interesa. Un brindis por eso. Cuando se hace bien, el resultado es memorable.

Por eso me irrita el final de este sueño, este viaje junto a Lucy por el cielo con diamantes y duendes monoculares, este ascenso al Monte de Venus al que nos invita durante hora y media la compañía para encontrar que allí están todos, Venus, Marte y Afrodita, juntos y revueltos con peluca rosa y con Puck en pelota picada, salvo por unas zapatillas con luces. Que te saquen de un polvo de una noche de verano así, de golpe, es un mazazo. Y ocurre.

“Cuando la compañía parece no tomarse en serio a sí misma, está blandiendo un arma poderosísima. Queda claro que estamos ante una propuesta LGTBI, inclusiva y reivindicativa”

De repente, cuando la apuesta dramatúrgica de la directora Marta Pazos nos había llevado a un ring de boxeo en cuatro asaltos, resumiendo de un campanazo las idas, venidas y flechazos del cuarteto ateniense -flores estupefacientes de por medio, lo de la burundanga no es nada nuevo- y convirtiendo el sexo en un combate y el teatro en un subidón de adrenalina y testosterona; de repente, digo, todo cambia. La obra termina, empieza el altavoz, el mensaje, el mitin.

Con un mecanismo similar al que vimos recientemente en Esto no es la casa de Bernarda Alba, sale a proscenio una de las integrantes de la compañía y le lanza al respetable su vida resumida: se llama Paris Lakryma, es una transexual que pasó por ejército y ahora se dedica -aunque por lo que cuenta no le interesa mucho- al teatro. La proclama está servida.

¿Es que había dudas sobre el tono del montaje y lo que defiende? ¿Era necesario el lápiz fluorescente para subrayar?

“Por eso me irrita el final de este ‘Sueño’, este viaje junto a Lucy por el cielo con diamantes y duendes monoculares. Que te saquen de un polvo de una noche de verano así, de golpe, es un mazazo”

Parece que esto empieza a ser normal. Preparémonos. Las modas se imponen y los artistas se copian e imitan. Apuesto a que veremos mucho más adoctrinamiento del público, cautivo en sus butacas, en próximos montajes. Y no se trata ya de si se está o no de acuerdo con la ‘lucha’ de turno, sino de lo agotador que empieza a ser ir al teatro a que le alienen al final por real decreto ley. Teatralmente hablando, es una treta manipuladora. Pero imagino que sólo estás líneas ya me valdrán más de una etiqueta. A mucha gente los matices no le interesan.

Reconozco sentirme un poco oca, agarrada por el cuello, embudo en el pico y alimentada a la fuerza. Y lo peor es que, por hablar, más de uno se lanzará a por mi hígado, bien triturado y fácil de digerir. Disfruten del paté de crítico.


Autor: William Shalkespeare. Versión: Marco Layera. Dirección: Marta Pazos. Intérpretes: Diego Anido, Areta Bolado, José Díaz, Borja Fernández, Paris Lakryma, Janet Novás, Andrea Quintana, Anaël Snoek, Hugo Torres. Escenografía: Marta Pazos. Movimiento: Alexis Fernández “Maca”. Vestuario: Fanny Bello. Música: José Díaz y Hugo Torres. Espacio sonoro: David Rodríguez. Teatro Valle-Inclán. Madrid.

Estrellas Volodia

2 respuestas a «Las diosas deben de estar locas»

  1. Yo fui a verla ayer y sin duda me pareció la peor adaptación de “El sueño de una noche de verano” y probablemente la peor representación que he visto en mi vida. Una total falta de respeto al texto de Shakespeare, al oficio de actor, a la sexualidad femenina, a la masculina, a los homosexuales, a los transexuales. Un texto y una puesta en escena zafia, vulgar, rancia, soez y panfletaria. La peor experiencia en un teatro que yo recuerdo. Por favor, no ensucien la memoria de su autor y llamen a este engrendo con otro nombre. Les propongo éste:
    “El (mal) sueño de una noche de ver ano (s)”

    1. Desde luego, como comento al comienzo, cabría casi cambiarle el nombre, porque de Shakespeare -del texto original- queda muy poco. El resto es discutible, pero gracias por su opinión.

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