Donde no debe habitar el olvido

ESTA DIVINA PRISIÓN

El territorio de la muerte, que nos aterra, no fue siempre una sentencia ominosa. Para quienes aspiraban a una vida más alta, movidos por la fe, cruzar ese río era casi una necesidad. “Vida, ¿qué puedo yo darle / a mi Dios, que vive en mí, / si no es el perderte a ti / para mejor a Él gozarle? / Quiero muriendo alcanzarle, / pues tanto a mi Amado quiero, / que muero porque no muero”, escribió Santa Teresa, culmen de la poesía mística en español, un género que dejó versos que conmueven al creyente y al ateo si se tiene algo más de sensibilidad que un zapato. Ha vuelto a pasar por Madrid Esta divina prisión, un pequeño -poco más de una hora- y a la vez enorme recital de este género que vio la luz en el seno de la CNTC y ahora vive libre allí donde le dejan. Haría falta más espacio en nuestros escenarios para este tipo de propuestas que aúnan poesía, música y teatro con la delicadeza de las cosas sencillas y la profundidad de los temas que importan. Construido por el periodista y crítico Raúl Losánez, que ha seleccionado la materia prima de este viaje espiritual, además de arreglar la forma en que nos llega, eso que llamamos dramaturgia, Esta divina prisión es un hermoso recorrido por los mejores versos de la poesía mística en español, desde Santa Teresa, Fray Luis de León y San Juan de la Cruz -los primeros que vienen a la mente al pensar en esta corriente- hasta Lope de Vega, Tirso de Molina o el fundacional Jorge Manrique y sus célebres coplas. Nos llegan ecos de conventos que son archiconocidos: “Vivo sin vivir en mí, / y tan alta vida espero, / que muero porque no muero”. Nos llegan, claro, recuerdos de vidas monacales y azoradas, en las que el amor a Dios lo puede todo: “Dichoso el humilde estado / del sabio que se retira de aqueste mundo malvado, / y con pobre mesa y casa, / en el campo deleitoso / con sólo Dios se compasa, / y a solas su vida pasa, / ni envidiado ni envidioso”. Y nos llegan, en fin, otros muchos versos, no tan conocidos, pero hermosos igualmente, de autores como Gabriel de Bocángel, Moratín, Blanco White, Francisco de Aldana, Pardo Bazán, Espronceda, Ignacio de Luzán, Sor María de la Antigua… Hombres y mujeres de diferentes épocas y escuelas con la letra en alma viva y la esperanza celestial como denominadores comunes.

Haría falta más espacio en nuestros escenarios para este tipo de propuestas que aúnan poesía, música y teatro con la delicadeza de las cosas sencillas y la profundidad de los temas que importan

Hay algo de ritual, de calma extática en la propuesta de Losánez y la dirección de Ana Contreras,  que dan voz a aquellos hombres y mujeres en un recital elegante, sencillo, en el que un piano acompaña a tres voces. Un cuarteto de peso con la dicción cristalina y el talento actoral de Eva Rufo, la sabiduría y belleza en la entonación de Lola Casamayor y el siempre sólido hacer de Jesús Noguero. Escucharles hacer suyos poemas de hace cuatro siglos que cobran nueva vida en el silencio de una sala y hablan al espectador de hoy como si hubieran sido escritos ayer se convierte en una experiencia, una liturgia a medio camino entre lo profano del teatro y lo sagrado del mensaje que cuentan.

“Donde habite el olvido”, cantó Sabina. Y antes que él, lo escribió Cernuda. Y antes -siempre en el arte hay un antes-, Bécquer, también recordado en este repaso por las lindes entre la vida y la muerte, en las que el poeta, equilibrista, caminaba con el amor como asidero. No debería este bello esfuerzo habitar en el olvido, por más que sea delicatessen y no plato de grandes masas. En cristiano: ojalá tenga más bolos y mucha gente se anime a verlo, que no solo de teatro vive el teatro.


Idea original, selección de poemas, dramaturgia y asesoría vocal: Raúl Losánez. Dirección escénica: Ana Contreras. Música original: Miguel Huertas. Ambientación: Alicia Blas y Lara Contreras. Intérpretes: Lola Casamayor, Eva Rufo, Jesús Noguero. Interpretación musical: Jorge Bedoya.  Teatro de La Abadía. Madrid.

Estrellas Volodia

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