Joglars, con un par

¡QUE SALGA ARISTÓFANES!

Vaya por delante: el nuevo montaje de Joglars es de los que se aman u odian, pero difícilmente dejará a nadie indiferente. Esto es, como toda su producción. Son ya 60 años de hacer de moscas cojoneras del poder las que celebran aquellos locos de La Torna, Teledeum y Ubú President. Y si no se achantaron contra Franco, la Iglesia (cuando la Iglesia mandaba de verdad), el Vaticano, el Pujolismo o el independentismo, no lo van a hacer ahora. Les faltaba, claro, el nuevo estado de cosas, que son muchas y que, aunque no se menciona como tal en la obra, podríamos resumir en un neologismo que lo dice todo: woke.

¡Que salga Aristófanes! es un homenaje a las enseñanzas clásicas, aunque los bufones catalanes no le dediquen tanto tiempo y esfuerzo al autor griego, la mitología o las ruinas del Partenón (aunque todo eso está en escena) como los que emplean en demoler otro edificio: el de la correción política y la cultura de la cancelación. Frente a quienes tiran estatuas, ellos dinamitan estulticias, convertidos en la más imparable bola de derribo.

El poder contra el que arremeten es más líquido, una entidad inasible, y su avance es imparable. Luchan los juglares contra el sino de una época en la que, como lamentan, ya no hay debate

Su nueva bestia negra venía siendo desde hace años la sociedad en sí misma, más que un partido o un político: lanzaron diatribas cáusticas contra la nueva cocina (La cena), la papanatería cultureta (El retablo de las maravillas o El Nacional), el neolenguaje inculto (2036. Omena-G)… El poder contra el que arremeten en esta nueva producción es más líquido, una entidad inasible, y su avance es imparable. Luchan los juglares contra el sino de una época en la que, como lamentan, ya no hay debate.

Divertido a rabiar si uno, una o une comparte algunos puntos de partida con ellos -si no, probablemente el espectador verá este montaje como carca, rancio o, como ellos mismos se autoetiquetan, “facha”-, Joglars se sirve de un artificio ya explorado antes por obras como Marat, Sade de Peter Weiss: nos llevan a una suerte de manicomio en el que los internos va a montar una performance con las obras de Aristófanes.

Joglars se sirve de un artificio ya explorado antes por obras como Marat, Sade y por la propia compañía catalana en “La Torna”: en una suerte de manicomio, los internos va a montar una performance

En realidad, el manicomio es un “centro de reeducación psico-cultural”. Pueden ya imaginarse: las consignas de lo políticamente correcto desfilan por el escenario encarnadas en la directora y un supervisor del asunto, escandalizados ambos ante la libertad sin mordazas de un viejo profesor universitario -un sísmico Ramón Fontseré– y su cuadrilla de lunáticos, que arremeten contra la obsesión eco-sostenible, los talleres de risoterapia, el feminismo anti-heteropatriarcal, el lenguaje inclusivo, el animalismo, el revisionismo histórico y el indigenismo, entre otros campos de batalla culturales, entendida la palabra cultura más allá del adorno, como todo aquello que da forma a nuestra forma de entender y vivir el presente.

Llevados al extremo, como buenos bufones, no puede decirse de Joglars que sean sutiles: nunca lo han sido. Si hay que decapitar un concepto, se decapita de forma sangrienta. Si hay que pasar por las armas, metafóricamente, al enemigo, al paredón que va. Forma parte de su teatro bruto y sin filtros. Unos tipos que detestan la cursilería y las medias tintas no van a dejar ahora de llamarle al pan, pan. Ni de sacar un erecto miembro de cartón a escala colosal para ilustrar la paranoia falocrática. Con un par. Insisto: nada nuevo. Más cornadas daba el régimen. 

Llevados al extremo, como buenos bufones, no puede decirse de Joglars que sean sutiles: nunca lo han sido. Si hay que decapitar un concepto, se decapita de forma sangrienta

Definido el nuevo puritanismo como la némesis y el tema, todo esto podría resultar en un soberbio tostón, pero Joglars suman muchas horas de vuelo y, aunque ya hace algunos años que Albert Boadella se apartó de los textos y la dirección, Fontseré tiene el pulso bien tomado al estilo de la compañía y es un director competente y un autor divertido. Como fauno travieso, apuesta por lo dionisiaco: no tiene Jan Fabre la exclusiva del sirtaki fálico y, si aquel dio más que hablar, ya les adelanto que este es más cachondo.

Con un escenario escalonado que remite al Olimpo y un ir y venir constante en la dramaturgia entre la realidad, la representación y el pasado (las clases universitarias del profesor protagonista), Fontseré y la compañía, veteranos que no se salen del guion, hacen lo que saben hacer. No hay sorpresas, aunque quizá sí para los espectadores más jóvenes que no les hayan visto nunca. Ellos son los que más atención deberían prestar a esta lección de sensatez en medio de la locura disfrazada de locura en medio de la sensatez.


Dramaturgia: Els Joglars. Dirección: Ramón Fontseré. Vestuario: Pilar Sáenz. Iluminacion: Bernat Jansà. Escenografía: Anna Tusell. Atrezzo: Pere Llach, Gerard Mas. Espacio Sonoro: David Angulo. Intérpretes: Ramon Fontserè, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xevi Vilà, Alberto Castrillo-Ferrer, Angelo Crotti. Teatros del Canal. Madrid.

Foto: Pablo Lorente

Estrellas Volodia

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