WAR AND LOVE
Guerra y paz, el monumento de Lev Tolstói que retrató a la gran Rusia de principios del XIX y el horror de las guerras napoleónicas, es una de esas novelas de casi imposible adaptación. Se han hecho películas: algunas fueron hermosas; todas, traidoras al detalle de la novela. Por eso, la propuesta de La Joven, compañía tan osada como su juventud le permite -lo lleva en el título y en la premisa, como plataforma profesional que es para actores menores de 25 años- es a priori la mejor idea: montar otro texto, que poco tiene que ver con Guerra y paz, aunque está inspirado de lejos en la novela de Tolstói. De ello se han encargado Carlos Be, dramaturgo, y José Luis Arellano, director habitual de la formación. El resultado es War and Love, un “teatro de operaciones” con altibajos.
Be construye toda una nueva dramaturgia con una historia paralela: aunque se asoma a los hechos de 1812, buena arte transcurre en realidad en la actualidad. Los protagonistas son un grupo de jóvenes que participan en un encuentro organizado por la Unión Europea en París. Asoman la burocracia, la estructura de la Europa actual y sus miedos, pasiones, flaquezas y sueños. Todo funciona hasta cierto momento: sabemos que no hay aún atisbo de Tolstói, pero la obra se deja ver con autonomía.
Es en estos momentos donde mejor funciona: Be y la compañía le toman el pulso a las nuevas generaciones. Los protagonistas representan a diferentes países y son líderes en potencia, hombres y mujeres del mañana interesados en política y cambio: encarnan el futuro. Al margen de la novela de Tolstói, es interesante la imagen de una generación que derrocha altas aspiraciones y vitalidad.
A partir de cierto punto, la obra cae en el cliché y el moralismo. Al dramaturgo parece preocuparle solo la irrupción de la extrema derecha en el panorama europeo, sin duda preocupante pero no exclusiva
Pero, a partir de cierto punto, la obra cae en el cliché y el moralismo. Al dramaturgo parece preocuparle solo la irrupción de la extrema derecha en el panorama europeo, sin duda preocupante pero no exclusiva. De otras extremas, otros populismos y otros peligros para la democracia y para el sistema que nos hemos dado, un continente orgulloso de su estado del bienestar, su respeto a la libertad de expresión y pensamiento crítico, nada se dice. Los personajes se tornan estereotipados: los “pijos” del grupo se comportarán como arribistas, oportunistas sin escrúpulos al servicio, literalmente, del partido “facha” de turno. Los idealistas -no se dice pero se sobrentiende, de izquierda- los cuestionarán y los sufrirán.
El texto, que aborda un tema clave como es el terrorismo yihadista, llega a relativizarlo, restándole responsabilidad moral, una culpa que hace recaer en la propia sociedad, algo que ya hacía Monta al toro blanco, de Íñigo Guardamino. Allí la vergüenza recaía sobre un ciudadano de clase media cobarde, convertido en asesino impune; aquí, el texto apunta a un joven europeo radicalizado. Son dos formas de escapismo, de desviar la mirada de un problema incómodo. Algunos comulgarán con esta matraca. No quien esto firma. Be se mete en un jardín de muchos senderos: los grandes temas que preocupan a Bruselas, porque son los que marcan el devenir del continente y su unión política. Un laberinto en el que es fácil perderse. Tanto ideológica como teatralmente.
El texto, por otro lado, establece un paralelismo entre la Rusia invadida por la Grande Armée y la Europa actual. Parece, por el camino, olvidar o no querer ver que entonces los cañonazos caían sobre Moscú y los excesos se cometían sobre la población rusa, y hoy son los misiles rusos los que azotan Kiev y los batallones del Kremlin los que desde hace un año ocupan un país soberano. Al autor parece preocuparle más el rearme de Europa que la amenaza de Putin. Geopolítica de manual: de manual de Facultad de Políticas. Además de viajar al pasado, el dramaturgo refuerza su tesis imaginando en el tramo final una ucronía autoritaria y bélica para el futuro inmediato del viejo continente. Un ejercicio de política-ficción tan alarmista como confuso y deslavazado. Se esté o no de acuerdo con lo propuesto, a la dramaturgia le pesa ese querer abarcar mucho tan propio de la juventud. Chocante, ya que, hablamos de La Joven, pero el autor pertenece a otra generación, una de la que se espera una madurez mayor en lo transmitido.
En la medida en que War and Love es teatro político, entendiendo “político” como aquello que nos afecta a todos, se puede tomar en serio. Cuando da el salto al teatro ideológico o dogmático, no solo deja de ser interesante sino que peca de una puerilidad que mal le hace a una compañía que aspira a ser considerada adulta y profesional. Suponiendo -quiero creerlo- que haya, cuando menos, buena fe, y no adoctrinamiento: no olvidemos que estas funciones tienen a un público juvenil potencial : La Joven hace un trabajo encomiable acercando el teatro a los adolescentes con funciones matinales para institutos. Un público que sabe poco de historia y de geopolítica y que es, por tanto, fácilmente impresionable y maleable. Algo más de responsabilidad en los mensajes no sobraría.
Es una pena porque, formalmente, la compañía demuestra una vez más su intención de apostar por productos teatrales de impecable factura. La propuesta escénica de Arellano es soberbia, con unos paneles móviles que nos trasladan fácilmente de la Europa actual al París o el Moscú napoleónico, apoyándose en el soberbio cuadro ecuestre de Jacques-Louis David, una escenografía ambiciosa e inteligente de Silvia de Marta. El director combina tiempos con habilidad y el equipo técnico no tiene tacha.
Hay en escena un sexteto de jóvenes actores que piden ser escuchados y tenidos en cuenta, un grupo que entrega pasión y talento presente con promesa de crecimiento futuro
Hay en escena un sexteto de jóvenes actores que piden ser escuchados y tenidos en cuenta, un grupo que entrega pasión y talento presente con promesa de crecimiento futuro. Javier Orán tiene presencia y voz para abordar papeles mayores, Raúl Martín, Mar Roldán e Isabel Gemis entregan un repertorio variado de registros y en general toda la compañía trabaja con acierto. Me quedo con el fenomenal papel canalla de Alejandro Navarro. Ya saben que los “malos” son muy agradecidos, y el actor hace suyo al sinvergüenza chulesco del grupo con enorme talento.
¿Y Guerra y paz? Olvídense: si quieren ver algo de Tolstói, pónganse la película de Audrey Hepburn. Porque, en este ir y venir de épocas, War and Love tiene muy poco de la novela: apenas un par de escenas troceadas del clímax literario, dos destellos de época metidos con calzador.