Cuando Buero descifró Matrix

EN LA FUNDACIÓN

Horror, resistencia, dignidad, mentira, abusos, poder, torturas, locura, ficción, realidad, delación, causas perdidas, causas encontradas…

La Fundación debería ser una lectura y una representación obligadas en la enseñanza media. Buero Vallejo, en general, debería serlo -y también Calderón, Valle-Inclán y algunos más-. Es una obra de ojos abiertos y mente atenta. Como nuestros  responsables de Cultura y Educación prefieren dedicarse a colaborar en la asfixia de ambas, vía impuestos, últimamente, y planes educativos desquiciados (eso ya desde hace décadas), son esfuerzos aislados los que ponen las cosas en su sitio. Bravo, pues, por el Festival de Otoño por esta apuesta y por La Joven Compañía por recuperar el espíritu y la letra del mejor Buero. Y bravo por hacerlo con un sello de calidad que sigue mejorando: cada vez parecen menos una “joven” compañía. Esta producción es uno de sus trabajos más logrados y complejos en su concepción escénica, y me atrevería a decir que de los más maduros en su resultado actoral. Conviene no olvidar nunca, aunque este montaje puede hacernos perder esa guía por momentos, que hablamos de un grupo formado por jóvenes de entre 18 y 27 años que muestran lo que saben hacer ayudados por veteranos como el director José Luis Arellano García o el maestro de la iluminación -aquí despliega otro derroche de talento y oficio- Juan Gómez-Cornejo.

“Conviene no olvidar, aunque este montaje puede hacernos perder esa guía por momentos, que hablamos de un grupo formado por jóvenes de entre 18 y 27 años”

Antes de nada, un mínimo de historia, aunque sean sólo dos flashes: autor incómodo para la dictadura, Buero había apoyado a los perdedores y como tal estuvo preso. De su paso por la cárcel, nos queda el famoso retrato que le hizo a su compañero de celda, Miguel Hernández.  Triunfó con su debut, Historia de una escalera, y al régimen ya le costó algo más silenciarle. Sorteaba la censura con inteligencia. El concierto de San Ovidio, El tragaluz… Probablemente La Fundación no habría pasado el corte en los 50, pero lo hizo en 1974, cuando la dictadura ya flaqueaba. Su visión del poder, su grito de libertad y de firmeza frente a la opresión, era muy claro, explícito casi. Es curioso que tuvieran que transcurrir dos décadas para que volviera a un escenario grande, cuando Pérez de la Fuente recuperó la obra en 1998. Vaya reparto entonces: Ginés García Millán, Pepe Viyuela, Joaquín Notario, Juan José Otegui, Héctor Colomé, Esperanza Campuzano, Daniel Albadalejo… Y hasta ahora.

Buero recogía el testigo de Calderón y su Segismundo, y aquél a su vez de Platón y su cueva. ¿Qué es real y qué es sueño? Cuatro años antes el autor alcarreño había escrito El sueño de la razón. Hoy cabría interpretar La Fundación refinando la pregunta: ¿qué es real y qué es ruido? En la sociedad de la información, la mentira se construye en la hipercomunicación.

“Hoy cabría interpretar La Fundación refinando la pregunta: ¿qué es real y qué es ruido? En la sociedad de la información, la mentira se construye en la hipercomunicación”

La versión de Irma Correa, limpia y efectiva, no ahonda tanto en estas lecturas, aunque en un par de momentos acerca al siglo XXI y a las nuevas tecnologías el lenguaje del original. Es sabido lo poco amigo que era el dramaturgo a que le moviesen de sitio una coma, así que tiene doble mérito haber estrenado este montaje con cambios llamativos. No sé si Buero no habría torcido el getso ante los cortes, bastantes pero bien resueltos en general, oportunos para la fluidez de un montaje que, aunque no en exclusiva, tiene mucho público joven por el propio carácter de la compañía: cualquier espectador es bienvenido, pero la Joven hace numerosas funciones escolares y sin duda adaptar en este caso es sobrevivir y triunfar.

Correa y Arellano además combinan la separación de atmósferas que creó Buero. La línea entre locura, ficción y realidad es un terreno mucho más movedizo desde el principio. Esta versión elude la evolución para optar por la fusión y la confusión de planos, pero también eso ayuda a que la tensión no se agote en sí misma en un espectador acostumbrado ya a todo tipo de sorpresas. Diría que es una excelente adaptación aunque dejará con ganas de leer algunas bellas frases del autor a quien sea devoto de Buero y conozca bien su obra. Para eso está el papel. Y las acotaciones del autor dejaban poco espacio a la creación escénica: las del primer acto ocupan varias páginas y solo les falta señalar dónde ha de sentarse el acomodador.

“Diría que es una excelente adaptación aunque dejará con ganas de leer algunas bellas frases del autor a quien sea devoto de Buero y conozca bien su obra. Para eso está el papel”

Arellano y La Joven Compañía imaginan un recinto gris y claustrofóbico, no tanto por su arquitectura -la escenografía está abierto por lados y techo- sino porque al fondo, a través de las puertas, vemos espejos deformantes. Que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son, nos venía a decir Buero una vez más, a través del delirio. Seis hombres habitan un lugar que no es tal, como iremos descubriendo. Nada se salva a la locura de uno de ellos, que todo lo ha transformado, hasta la vida y la muerte. En realidad, viven encerrados como ratones. La simbología juega un papel clave en la grandeza del texto. Como en todo grupo humano puesto contra las cuerdas, unos flaquean y otros resisten. Y también siempre hay alguno que se entrega voluntariamente. Traición, dignidad, comprensión. Buero había vivido en una celda con una condena de muerte sobre su cabeza. Podía comprender las torturas y aceptaba los límites del hombre. Por eso no juzga a Tomás ni a Asel, frente a la incomprensión de Lino.  Entre ratones, es normal correr. Y eso no los convierte en ratas. Aunque también alguna haya.

El director extrae lo mejor de su joven reparto, con interpretaciones de calado de Álvaro Caboalles (Max), Víctor de la Fuente (Tomás),  Pascual Laborda (Lino) y Nono Mateos (Asel), por citar tan solo a algunos. Los audiovisuales de Álvaro Luna y Elvira Ruiz Zurita aportan una dimensión enfermiza, casi artaudiana, que nos instala en la locura del Kafka de El proceso o del Terry Gilliam de Brazil.

Una de las ideas más inquietantes que se deslizan por las frases de Buero es la idea de que la mentira impuesta pueda ser preferible a la realidad. Toda dictadura habida y por haber ha explotado ese sentimiento, común a tantos Tomás y a tantos Cifra, aquel traidor de Matrix. Pero el dramaturgo voló más alto: hay que salir de una cárcel a otra, no importa cuántas veces, hay que encontrar el camino, les hace decir a sus personajes. La Fundación es un acto de resistencia y así debe entenderse hoy. Las cárceles han cambiado: la cerveza ya no es imaginaria, la libertad, entendida en términos socio-políticos, tampoco, pero los vaivenes de mercados que no comprendemos dictan nuestras vidas.

Por eso sigue siendo necesario este texto. Hoy hablan de la “post verdad”. Buero se les adelantó.


Autor: Antonio Buero Vallejo. Versión: Irma Correa. Dirección: José Luis Arellano García. Reparto: Óscar Albert, Álvaro Caboalles, Víctor de la Fuente, Jota Haya, Pascual Laborda, Nono Mateos, Juan Carlos Pertusa, MateoRubistein y María Valero. Escenografía y vestuario: Silvia de Marta. Videoescena: Álvaro Luna y Elvira Ruiz Zurita. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo. Música y espacio sonoro: Luis Delgado, sobre temas de Bach y Telemann. Teatros del Canal. Madrid.

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