LA OLA
El experimento que el profesor Ron Jones llevó a cabo en 1967 en un instituto de California es aterrador e ilustrativo de la naturaleza humana: para que sus alumnos de 15 y 16 años entendieran cómo Alemania pudo dejarse arrastrar hacia el nazismo los embaucó en un proyecto escolar seductor, La Tercera Ola, basado en una nueva manera de entender la relación entre profesor y alumno y el respeto a uno mismo (“disciplina”), el nacimiento de un grupo de trabajo (“comunidad”) y la expansión a alumnos de otras clases (“acción”). Conceptos que de por sí son positivos, pero que pueden servir para manipular a una mente poco crítica. Aquellos chavales reprodujeron en pocas semanas, sin darse ni cuenta y llevados por el entusiasmo de pertenecer a una gran familia en la que se sentían importantes y superiores al resto, los mecanismos del nacionalsocialismo, simbología, parafernalia y saludos incluidos.
Esa historia es la que recuperan Ignacio García May y Marc Montserrat Drukker en este interesantísimo y necesario montaje del Centro Dramático Nacional.
García May toca las teclas dramatúrgicas apropiadas, logrando una narración en “crescendo” y comprensible. ¿Cómo pudieron aquellos chavales tragarse la trampa de su particular “Führer”?, podríamos preguntarnos hoy, a riesgo de caer en el mismo error que ellos. Eso es lo que explica la obra, y lo hace con claridad gracias a un texto y un desarrollo ágiles y poderosos. La puesta en escena de Montserrat Drukker ayuda: un escenario corpóreo y realista que reproduce una clase de instituto de los años 60, y a su alrededor, como si observáramos un hormiguero de cristal, la vida en los pasillos del colegio. No le darán un premio a la innovación, pero todo funciona como debe, con un ritmo endiablado y un baile de personajes que no decae en ningún momento. Escena viva sin pretensiones ni vedettismos, en la que cada paso, físico y mental, explica cómo aquellos chicos abanderaron las “juventudes jonesianas”.
Todo funciona como debe, con un ritmo endiablado y un baile de personajes que no decae en ningún momento. Escena viva sin pretensiones ni vedettismos
Un material como éste exige a la vez un trabajo actoral de altura y cierta juventud en su reparto, factores que componen una ecuación de difícil solución. Lo que aquí falla, creo, es un problema de dirección: hay mucho grito y un tono general de sobreactuación. Los micrófonos instalados en el Valle-Inclán, más que ayudar al actor, le impiden encontrar el tono adecuado, además de ser una aberración en términos de pureza teatral, pero ésa es otra historia. Ni siquiera Xavi Mira, tan sólido otras veces –y aquí–, se libra en su profesor Jones de caer en el remolino del exceso. Por no hablar de algunos de los chicos. Es una pena, porque hay en todos esfuerzo y talento y se intuye un redondo trabajo de grupo, casi coreográfico, y notables detalles gestuales y de búsqueda de personaje, como en Javier Ballesteros, que da vida a Robert, el “malote” de la clase, o Alba Ribas como Sherry, cerebrito y Pepito grillo aplastada por el sistema.
Lo importante en cualquier caso es lo oportuno –siempre lo es, en realidad– y afinado de un montaje que todo el mundo debería ver para no creer que la historia no va con nosotros. En la función a la que asistí una clase de chavales de la misma edad que los protagonistas se lo pasó en grande y aplaudió a rabiar. Y quiero creer, espero de corazón, que además tomaran nota, porque a las Olas no siempre se las ve venir desde la misma dirección.
Autor: Ignacio García May. Idea y dirección: Marc Montserrat Drukker. Escenografía: Jon Berrondo. Escenografía: Jon Berrondo. Vestuario: María Araujo. Iluminación: Albert Faura. Vestuario: María Araujo. Intérpretes: Xavi Mira, Javier Ballesteros, David Carrillo, Jimmy Castro, Carolina Herrera, Ignacio Jiménez, Helena Lanza, Alba Ribas. Teatro Valle-Inclán. Madrid.
Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Febrero 2015).