WEST SIDE STORY
Cuando el punto de partida de un montaje es tan elevado, es difícil que el resultado defraude. Es lo que ocurre con West Side Story, que acaba de aterrizar en Madrid en un nuevo montaje español. El superlativo musical de Leonard Bernstein, Stephen Sondheim y Jerome Robbins -en este caso la autoría es triple, porque las coreografías del original son también inolvidables, o cuádruple si añadimos el extraordinario guion de Arthur Laurents– tiene su sitio ya en el imaginario colectivo, y como ocurre con un buen Hamlet, un Fuenteovejuna, un Tío Vania o, por seguir con musicales, un Cabaret, este título nunca sobra en la cartelera. Y si se hace como se acaba de ver en el Teatro Calderón de Madrid, con una producción que no escatima en escenografías, cuida las voces y el reparto, y mima el ritmo, cabría poco que objetar. Y aún así, lo hay. Esta notable versión, muy recomendable en general, adolece de un par de decisiones de dirección que al enamorado del clásico le harán subirse por las paredes. Sí, son quejas de purista. Pero en este caso, importantes. Con todo, merece la pena ir a verla.
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