MACBETH
Resulta complejo escribir sobre un espectáculo “heredado”. ¿Cuánto hay en este Macbeth de Gerardo Vera y cuánto de Alfredo Sanzol? El gran escenógrafo y director, que llevó las riendas del Centro Dramático Nacional durante ocho años, antes de Ernesto Caballero, a quien a su vez sucedió Sanzol, falleció el pasado septiembre a causa de la maldita pandemia de Covid-19. Sanzol ha completado una puesta en escena de la gran tragedia de Shakespeare ideada por Vera, aunque lógicamente el resultado final es una mezcla de los sellos de ambos.
No parece arriesgado asegurar que la impresionante escenografía y la concepción estética -vestuario, iluminación- de la puesta en escena forman parte de la idea original de Vera. La escenografía, con la firma de Alejandro Andújar, que acaba convertida en un protagonista más, es el gran acierto de esta producción. Su elegancia, su diseño minimalista dentro de lo aparatoso y grandioso de la apuesta, dotan a este Macbeth de un aire arquitectónico y casi operístico. Andújar encierra la acción en un plano horizontal, entre dos enormes placas de madera: suelo y cielo, dos grandes estruturas de láminas orgánicas que dejan atravesar la luz creando sugerentes juegos de sombras y que, según avanza la función, se mueven, oscilan y generan nuevos espacios y sensaciones, ejerciendo de tarima, de puente, de castillo o de bosque. En algún momento, parece que el cielo quisiera dejarse caer sobre los pecados de Macbeth. Finalmente, como temía Macbeth, el bosque de Birnam avanzará hacia él: un hermoso bosque aquí de listones y sombras cerniéndose sobre los actores. Si algo subraya la escenografía de Andújar es el enorme esteta que fue Vera -un celebrado escenógrafo él mismo- y nos recuerda lo bellos que fueron muchos de sus montajes.
Andújar encierra la acción entre dos enormes placas de madera: suelo y cielo, dos grandes estruturas de láminas orgánicas que dejan atravesar la luz creando sugerentes juegos de sombras
Por ese suelo de tarima inclinado, como una colina o un puente japonés, los protagonistas de la tragedia se mueven como bestias encarceladas. Dando vueltas y vueltas alrededor del escenario, la violencia y la guerra son aquí una muchedumbre de actores recorriendo el paisaje de lo inestable. La curva parece hablarnos de desvíos, de inclinaciones torcidas del alma. Unas espectaculares proyecciones de Álvaro Luna sobre la escenografía acompañan la idea de la sangre, la ambición y la traición, el oscuro pozo en el que van sumergiéndose Macbeth y su esposa. Ver esta producción es una experiencia única en ese sentido, un viaje sensorial que devuelve el sentido del teatro grandioso en época de vacas flacas y lo hace con enorme acierto.
De la planificación original, sin duda forma parte también la versión, firmada por José Luis Collado, autor y hombre de teatro multifacético y marido de Vera. Él firmó muchas de las versiones de sus trabajos de los últimos años, fluidas y acertadas en general, como este Macbeth, que tiene lo que tiene que tener sin sobrarle tramas ni texto. Collado opta por rebajar mucho el verbo original, haciéndolo accesible y contemporáneo, pero sacrificando parte de su poderoso lirismo.
Macbeth “ha asesinado el sueño”, como seguramente saben: el ambicioso general escocés, triunfante en sus batallas al servicio del rey Duncan, recibe el aviso de tres brujas que le dicen que será barón de Cawdor y después rey. Viendo que la primera predicción se cumple, decide, espoleado por la ambición de su esposa, tan grande como la suya pero más decidida en ella que en él, acelerar la segunda. Así, en su propio castillo, con nocturnidad, traiciona y asesina al monarca. Será solo el comienzo de una espiral de sangre en la que se llevará por delante a sus antiguos amigos y sus familias.
Hipólito crece y asombra en el texto, con unas tablas brutales y una entoncación, dicción e intensidad que justifican por qué es quien es. Sin embargo, se le nota rígido, estático, en lo corporal
Quizá la marca de Sanzol -y en esto tan solo me aventuro- llegue en la selección del reparto y el trabajo actoral. Hay soluciones inteligentes, como convertir a las tres brujas en una, interpretada con poderío por Mapi Sagaseta, o la escena del banquete y el fantasma de Banquo, resuelta en diagonal. No acabo de entender, por otro lado, la insistencia en producciones como esta en avanzar conceptualmente hacia un teatro contemporáneo y seguir manteniendo las luchas de espadas, como si el público no supiera interpretar un combate que no siguiera un esquema realista.
A priori, la elección de un veterano emblemático como Carlos Hipólito parecía acertada. Tengo sensaciones ambivalentes al respecto una vez vista la función: Hipólito crece y asombra en el texto, con unas tablas brutales y una entonación, dicción e intensidad que justifican por qué es quien es y por qué lleva años instalado entre los actores más aplaudidos de nuestro panorama teatral. Sin embargo, se le nota rígido, estático en lo corporal, como si bien él, bien el director, no supieran qué hacer con el protagonista cuando interactúa, escucha o forma parte del diálogo con otro personaje, llamando la atención incuso una postura corporal de brazos caídos que alejan al resultado de lo que el teatro vivo debe proponer.
A su lado, en cambio, Marta Poveda es una actriz física y torrencial. Muy brava y entregada, arrolladora, su Lady Macbeth. Una hembra alfa que devora el escenario, además de conquistar en sus parlamentos con una gran fuerza. Es como si la función tuviera ritmos diferentes: los del teatro físico y los del teatro de texto. Convendría encontrar el equilibrio entre ambos.
Hay además sólidos trabajos de Jorge Kent (Banquo), Chema Ruiz (Duncan) y Markos Marín (Ross). Sobre todo, componen sólidos papeles, con fuerza y energía, Agus Ruiz (Macduff) y Borja Luna (Lennox).
En líneas generales, este Macbeth es una hermosa propuesta con acordes pero también con algún desacuerdo, aunque los primeros dejan más huella que los segundos. Su impacto visual queda como una poderosa marca y como un acertado homenaje a la carrera de Gerardo Vera.
Autor: William Shakespeare. Versión: José Luis Collado. Diseño de puesta en escena: Gerardo Vera. Dirección: Alfredo Sanzol. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo. Vestuario: Teresa Machado. Intérpretes: Alejandro Chaparro, Carlos Hipólito, Jorge Kent, Fran Leal, Borja Luna, Markos Marín, Marta Poveda, Álvaro Quintana, Agus Ruiz, Chema Ruiz, Mapi Sagaseta y Fernando Sainz de la Maza. Música y espacio sonoro: Alberto Granados-Reguilón. Teatro María Guerrero. Madrid.