MADRE CORAJE Y SUS HIJOS
La miseria es el río del mundo, ya saben. Lo decía Orson Wells en El tercer hombre: en cinco siglos de paz, Suiza produjo el reloj de cuco, mientras que en treinta años de guerras y asesinatos, la Italia de los Borgia dio a luz a Miguel Ángel, Leonardo… Madre Coraje habría hecho buenas migas con Harry Lime: vive de la muerte y eso será su pecado y su penitencia. La guerra, en este caso la de los Treinta Años entre católicos y protestantes, le roba a sus tres hijos, pero ella, con su carro a cuestas, necesita que existan los asedios para tener a la soldadesca por clientela. “La guerra no se va dando mal”, dice Coraje, para quien la muerte, como para los políticos y militares que la promueven, es necesaria.
Vera se va a las trincheras, emocionado de suciedad y con ideas escenográficas hábiles, como el empleo de proyecciones a lo largo de la función, aunque ninguna resulte especialmente novedosa
Antibelicista y equidistante, Bertolt Brecht no hace amigos: escribió en 1940, en plena II Guerra Mundial, y todos son culpables a sus ojos, incluido el pueblo, por su mezquindad. “Los pantalones de los católicos abrigan igual que los de los protestantes”, dice con lógica aplastante Coraje, a quien da vida con poderío y seguridad Mercè Aranega. En el fondo, Madre coraje y sus hijos nos habla de la bajeza moral del hombre.
Gerardo Vera ha decidido atacar de nuevo en el Centro Dramático Nacional al segundo jinete del Apocalipsis en este gran texto que lo convierte en un protagonista más de forma orgánica, como si fuera un ente con vida. “La guerra siempre se sale con la suya”, dice el predicador, un sólido José Pedro Carrión. Vera se va a las trincheras, emocionado de suciedad y con ideas escenográficas hábiles, como el empleo de proyecciones a lo largo de la función, aunque ninguna resulte especialmente novedosa. Además, para alistarse hay qué elegir bando. Y de entrada el director no parece saber ni en qué guerra lucha.
Ejercer de Renoir y llevar la estética a las trincheras de la Gran Guerra está bien si se es constante, pero mezclar picas con pistolas, y tabardos de Verdún con yelmos renacentistas chirría
Por eso, aunque por separado algunos viajes resultan hermosos –rendir homenaje a Kurt Weill y al espíritu del cabaret cuadra en este texto, y Carmen Conesa es una traviata muy digna que encima canta bien–, en conjunto los anacronismos chirrían, como piezas de engranaje mal encajadas. Ejercer de Renoir y llevar la estética a las trincheras de la Gran Guerra está bien si se es constante, pero mezclar picas con pistolas, y tabardos de Verdún con yelmos renacentistas chirría. Convierte la escena en un carromato de ruedas desparejadas que fuera dando tumbos.
No tendría mayor importancia si asistiéramos a una brillante puesta en escena redondeada por interpretaciones memorables. Pero, por desgracia, no es así. Está muy bien la muda Catalina de Malena Alterio, que lidia con talento y sin tópicos con un papel con peligro, y no están mal el cocinero crápula de Gonzalo Cunill y el Cara de Queso de Críspulo Cabezas. Poco más, y hasta ellos parecen algo impostados. Madre coraje y sus hijos se encuentra dentro de una moderada corrección. Sin novedad, pues, en ese frente teatral.
Autor: Bertolt Brecht. Versión: Antonio Buero Vallejo. Director: Gerardo Vera. Intérpretes: Mercè Aranega, Malena Alterio, Críspulo Cabezas, José Pedro Carrión, Carmen Conesa, Gonzalo Cunill, Fernando Soto, Walter Vidarte… Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Teatro Galileo. Madrid.
Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Febrero 2010).