Un pulso a la libertad

ESPEJO DE VÍCTIMA

Casi todo en el nuevo estreno del CDN es atrevido, empezando por su formato: en Espejo de víctima no asistimos a una obra, sino a dos, La lástima y La odiosa, sendas piezas escritas por Ignacio del Moral de 45 minutos cada una -intermedio mediante- que conforman un díptico brutal, ferozmente inteligente y desafiante a todo tipo de convenciones. No las convenciones formales -la dirección de Eduardo Vasco está al servicio del texto, prescindiendo de la tentación de los fuegos artificiales-, pero sí las mentales, las estructuras de lo políticamente correcto y lo esperable.

La única pregunta que queda es por qué un texto tan poderoso como el que ha escrito Del Moral tiene su sitio en la pequeña Sala de la Princesa. El formato, claro, dos actores, me responderán.

Pero Espejo de víctima merece un puesto de honor en cualquier escenario, grande o pequeño. Porque, para empezar, habla de temas grandes: el primero y más obvio, el concepto de víctima, como reza su título. Espejo de víctima trata del victimismo en nuestra sociedad, a todos los niveles, de las víctimas reales y las que aprovechan su condición, y de qué se espera de ellas. Víctimas de los comportamientos de otros. Víctimas del terror. Víctimas incluso de las víctimas.

‘Espejo de víctima’ merece un puesto de honor en cualquier escenario, grande o pequeño. Porque, para empezar, habla de temas grandes: el primero y más obvio, el concepto de víctima

Pero entre las líneas maestras de estos dos diálogos, sendos pulsos de poder por momentos mametianos (aunque el doblete de Del Moral es mucho mejor que los últimos textos del bostoniano), asoman poco a poco los abusos, el bullying, la lucha de clases, el papel del periodismo, el arte de la entrevista, el sexo, la prostitución, el terrorismo, lo políticamente correcto… y en última instancia y con mayúsculas, la libertad. La libertad individual frente a la masa y lo que ésta a veces pretende imponer en tiempos de dogmas poco democráticos. La libertad para molestar incluso con nuestras opiniones o con nuestra mera existencia.

Del Moral ha firmado un doblete memorable, a medio camino entre el teatro brillante y el pensamiento valiente.

Un hombre es recibido por una famosa influencer. Ella es una víctima de un atentado terrorista, que la ha dejado mutilada. Una víctima íncomoda, porque no esconde su vitalidad

En la primera pieza, La lástima, Del Moral nos sitúa en el despacho de un político que espera una importante llamada -van a nombrarle candidato- mientras atiende a una periodista de una revista femenina. Lo que parecía una entrevista rutinaria, sin mucha sal, sobre su vida y sus gustos, ya saben, un perfil de lectura rápida, se transformará poco a poco en otra cosa, un despiadado viaje al pasado. Algo parecido sucede con el segundo encuentro, La odiosa: un hombre es recibido por una famosa influencer. Un atentado terrorista la dejó mutilada. Pero es una víctima íncomoda, porque no esconde su vitalidad, su despreocupación y su sexualidad en público, en concreto en las redes sociales, donde recibe todo tipo de insultos y amenazas de trolls. Él necesita conocerla a fondo, movido por una especie de obsesión.

El texto de Ignacio Del Moral no es la única razón para alabar a este montaje, que Eduardo Vasco dirige con oficio sabio: su uso de la luz (con la firma del veterano Miguel Ángel Camacho) y del sonido (que diseña el propio director) para definir ambientes y subrayar los cambios en la balanza del poder entre los protagonistas de ambas piezas –como ocurría en Oleanna, según avanzaban los encuentros entre profesor y alumna– son sutiles, pero cualquiera que sea más observador que espectador los percibirá. Está el acertado trabajo de Lorenzo Caprile en los figurines, la escueta pero justa escenografía de Carolina González, que nos sitúa rápidamente en ambos conflictos… Y una pareja de intérpretes capaces de todo.

Eduardo Vasco dirige con oficio sabio: su uso de la luz y del sonido para definir ambientes y subrayar los cambios en la balanza del poder entre los protagonistas de ambas piezas es sutil

Jesús Noguero se ha curtido ya en muchas batallas y se encuentra en un momento inmejorable. Cada nuevo estreno sirve para corroborar que estamos ante un gran actor, uno de los mejores de su generación, un tipo que derrocha poder en escena y que es capaz de dar vida a un político triunfador en un momento y al siguiente convencernos de que ha nacido apocado y perdedor. Lo que hace en Espejo de víctima es, en ese sentido, especular y espectacular.

Lo mismo cabría decir de Eva Rufo: pasa de un personaje a otro como quien muda de piel. No parece la misma actriz. La odiosa de la segunda pieza es memorable. Lo es conceptualmente, pero también lo es por lo que Rufo hace con el personaje. Y la periodista de la primera esconde sorpresas, pero quizá lo mejor sean las sutiles respuestas, pequeños desafíos y miradas, que la reportera construye al comienzo de la conversación con el entrevistado.


Autor: Ignacio del Moral. Director: Eduardo Vasco. Intérpretes: Jesús Noguero, Eva Rufo. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Espacio sonoro: Eduardo Vasco. Escenografía: Carolina González. Vestuario: Lorenzo Caprile. Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa). Madrid.

Estrellas Volodia

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