UN ENEMIGO DEL PUEBLO (ÁGORA)
Me gusta acudir de cuando en cuando a una célebre cita de Churchill con la que no puedo estar más de acuerdo: “La democracia es el peor sistema de gobierno exceptuando a todos los demás”. Digamos que de eso trata Un enemigo del pueblo (Ágora), la peculiar versión que Àlex Rigola y un puñado de actores kamikazes han realizado del clásico texto de Ibsen que abordaba el bien privado frente al colectivo, el derecho a la libertad de expresión y, ya en su raíz, un tema tan espinoso como la bondad (o no) del sufragio universal. Lo que Ibsen planteó como un mensaje unidireccional y hoy políticamente incorrecto, Rigola y la troupe encabezada por Israel Elejalde lo han transformado en un ejercicio tan apasionante por momentos como tramposo en otros de teatro político. Un ágora del siglo XXI en el que el público tendrá voz y, literalmente, voto.
Hay que advertir que el purismo debe quedarse en la puerta. Que no entre en el Teatro Pavón quien no esté dispuesto a ver un Ibsen deconstruido como una reducción de Ferran Adrià. El texto, bello, intenso y hoy plenamente vigente del noruego, ha quedado jibarizado a lo mínimo en este montaje, de la misma manera que hace un año Rigola limitó a lo justo el Vania de Chéjov. Se puede echar de menos una versión más al pie de la letra del texto, como la que hace once años estrenó Gerardo Vera en el CDN con un brillante Francesc Orella (por cierto, también allí estaba Israel Elejalde, haciendo de Hovstad). Cuestión de disfrute de un gran texto. Pero, para ser justos, nada que objetar esta vez al ejercicio de tijera: el director ha extraído con cuidado y la versión va al tuétano teatral y ético de lo propuesto por el autor.
En cualquier caso, lo interesante en esta producción no es tanto lo que se ha recortado como lo que se ha añadido.
“Cada espectador podrá votar varias veces a lo largo de la función con dos cartulinas que recibe: una verde con un ‘Sí’ y otra roja con un ‘No’. Las votaciones, advierten, serán vinculantes”
Arranca la función y el público es recibido por los actores en el escenario. Desde allí explican el proyecto: se trata de realizar un llamamiento ético, un acto reivindicativo en tiempos políticos inciertos para la libertad de expresión -más o menos es lo que dan a entender-. Para ello cada espectador podrá votar varias veces a lo largo de la función con dos cartulinas que recibe: una verde con un “Sí” y otra roja con un “No”. Las votaciones, advierten, serán vinculantes. Y con la primera, llegan los murmullos y los comentarios: “¿Crees en la democracia?”. La segunda: “Crees que los actores de El Pavón Teatro Kamikaze deberían poder expresar lo que opinan sobre los gobernantes sin miedo a represalias?”. La tercera, que plantean como una conclusión de las anteriores, a modo de protesta ciudadana: “¿Crees que la función de hoy debe cancelarse?”. No es broma: en los ensayos generales con público, uno fue cancelado por decisión popular y todo el mundo volvió a sus casas sin haber visto la obra.
Usaba al comienzo la palabra “tramposa” para refererirme a la propuesta. Cabe una reflexión sobre esto, pero mejor plantearla al margen de lo teatral. No obstante, en lo estrictamente escénico, el experimento de Rigola funciona con dinamismo y es teatro vivo y punzante.
El espectador sigue el devenir de la historia del doctor Stockman, que aquí se transforma en Israel (Israel Elejalde), sin más, mientras que su hermano y alcalde del pueblo se convierte en su hermana, la alcaldesa Irene (Irene Escolar, en otro estupendo papel lleno de convicción). Ibsen usaba la historia de un pequeño pueblo que vive del turismo termal generado por su balneario. Cuando Stockman descubre que sus aguas están contaminadas y son necesarias unas costosas obras que probablemente arruinarán al pueblo no lo duda: la ética es lo primero, la toxicidad de las aguas debe ser aireada a través del periódico local, sea cual sea el precio que haya que pagar. El entusiasmo inicial de los directores del rotativo se irá enfriando a la par que el alcalde (o alcaldesa) va haciendo uso del miedo a la ruina para finalmente volver a todos los notables y ciudadanos en contra del honrado médico. En una votación final, con Stockman solo ante el peligro, se le declarará “enemigo del pueblo”, no sin que éste lance antes un potente alegato en contra del sufragio universal. La voz de la masa, viene a decir, no es necesariamente la voz de la mejor solución: el pueblo se equivoca.
“El trabajo del quinteto actoral es impecable, dentro de un naturalismo casi documental. Más que en una obra de teatro estamos en una asamblea, el ágora del título”
Rigola opera algunas actualizaciones oportunas y bien traídas: los directores del rotativo son aquí los responsables de una web revolucionaria, Nao (Nao Albet) y Óscar (Óscar de la Fuente) y el técnico de rotativas se convierte en Francisco (Francisco Reyes), el informático de la web y representante de los trabajadores autónomos del pueblo. Los diálogos de Ibsen desaparecen en gran medida, reducidos a la esencia del debate ideológico: vemos cómo los intereses de unos y otros van escorándose hacia un lado del debate (publicar o no el incendiario artículo) y hacen girar el “rodillo democrático” contra el bien y la honradez que representa Israel/Stockman, en aras de otro supuesto bien común, la estabilidad económica del pueblo.
El trabajo del quinteto actoral es impecable, dentro de un naturalismo casi documental. Tal y como Rigola plantea el espectáculo, más que en una obra de teatro estamos en una asamblea -el ágora del título-, un debate o una exposición de motivos ante un tribunal. Por fortuna, el director no se olvida de lo teatral y hay momentos interesantes e intensos.
¿Implica lo dicho hasta aquí que estemos ante una obra con mayúsculas? Pasarán los años y se seguirá recordando aquel montaje en que se podía votar esto y aquello, que incluso llegó a no representarse en alguna ocasión. Pero la propia criatura fagocitará a sus padres, y nadie hablará de la dirección, de los actores, de la propia idea sobre la que pretede debatir. Es el peligro de los fuegos de artificio: que a duran un instante y de ellos solo queda el olor a pólvora en el aire.
Autor: Àlex Rigola, versión libre a partir de la obra de Henrik Ibsen. Dramaturgista: Ferran Dordal. Dirección: Àlex Rigola. Intérpretes: Israel Elejalde, Irene Escolar, Nao Albet, Óscar de la Fuente y Francisco Reyes. Escenografía: Max Glaenzel. Iluminación: Carlos Marquerie. El Pavón Teatro Kamikaze. Madrid.
2 respuestas a «El peor sistema de Gobierno posible»