LOS OTROS GONDRA (RELATO VASCO)
Después del éxito de Los Gondra -de crítica, de público, y premio Max al mejor Autor en Castellano-, el dramaturgo Borja Ortiz de Gondra decidió continuar el relato de relatos, la historia a medio camino entre la realidad y la ficción de su propia familia, que es a la vez la historia reciente del País Vasco, lo que implica hablar de ETA, de bandos, de una sociedad marcada por silencios y miedo, de heridas sin cerrar. El resultado, Los otros Gondra (relato vasco), recibió un merecido premio Lope de Vega, y los que le llovieran bien estarían.
Quizá porque se acerca a un material que le toca de cerca, esta continuación extrae la mejor versión de sí mismo del autor, poseedor de una carrera coherente y repleta de momentos notables, algunos brillantes, una carrera que abarca desde aquel Dedos que le valió el premio Marqués de Bradomín hace ya dos décadas largas hasta sus recientes adaptaciones y versiones de textos ajenos. Pero esta pareja de obras es otra cosa, porque hay una vida implícita que hace de ellas algo necesario y creíble. Y eso que no sabemos cuánto hay de verdad y cuánto de creación en lo que vemos, como el propio Gondra, que es también actor en este montaje, advierte al público.
No sabemos cuánto hay de verdad y cuánto de creación en lo que vemos, como el propio Gondra, que es también actor en este montaje, advierte al público
La historia -de ahí ese “otros” del título- arranca en 1985, en un frontón de Algorta, donde Juan Manuel, hermano del dramaturgo, mantiene una conversación en el día de su boda con su prima Ainhoa. Ella representa a la rama no invitada de la familia, esos “otros” Gondra. Son otros también porque representan a la otra sociedad: la que se ha alineado con la idea de que allí sobran los enemigos de Euskadi. Ainhoa es la sociedad que cree en la “lucha” y en que cualquiera que no colabore es un “traidor”. La historia de Juan Manuel, que el autor va desgranando, es la de tantos empresarios aplastados en vida por el infame impuesto revolucionario. ETA asesinó. Pero también mató en vida a una parte importante de la sociedad.
Gondra, el autor, no busca, sin embargo, la culpa. Está en su derecho y la narrativa de este montaje ya deja bastante claro quiénes pegaban tiros y quiénes tuvieron que exiliarse, y lo hace sin andarse por las ramas. Su mirada es inteligente: Los otros Gondra (relato vasco) habla de familias marcadas a través de las décadas por lo sucedido. Al final, claro, la obra está hablando del olvido frente al perdón. De pasar página después de haberla entendido a hacerlo sin haberla ni siquiera leído. La metáfora me gustaría que fuera mía, pero la dice el propio Gondra de forma hermosa en un texto plagado de hallazgos y diálogos certeros, además de un humor oscuro y una profunda capacidad para reírse de uno mismo. Hacen falta más montajes como estos Otros Gondra para hablar de lo que ha sucedido en el País Vasco en los últimos cuarenta años.
Hacen falta más montajes como estos Otros Gondra para hablar de lo que ha sucedido en el País Vasco en los últimos cuarenta años.
Luego, la conclusión puede gustar o no. Reconozco que el buen fondo de Gondra, su capacidad de perdón, pondría a prueba la de muchas otras personas. No soy vasco ni tengo familia allí, pero dudo que pudiera buscar el perdón de la misma manera que hace él. En cualquier caso, está en su derecho.
Los otros Gondra (relato vasco) es además un hermoso montaje, dirigido por Josep Maria Mestres, director con quien Gondra suele colaborar. Mestres aprovecha al máximo la sala Margarita Xirgú del Teatro Español, un espacio pequeño que durante dos horas se convierte en un frontón y, por extensión, en Algorta y en el País Vasco, gracias en parte a una escenografía corpórea pero a la vez ensoñadora de Clara Notari. La lectura de las grietas del frontón, partido en dos, es inmediata.
Todo el reparto rezuma intensidad y acierto, desde el propio Ortiz de Gondra, cómodo en la piel de actor de su propia historia, a Noguero, Solaguren y Otaola, incluso la joven Fenda Drame
El director trae y lleva al sexteto protagonista combinando lo textual con el imaginario vasco sin caer en lo folclorista. Hay, sí, aurreskus dolidos y canciones populares, pero también danza contemporánea y monólogos interiores que quedan convertidos en diálogos con el desdoblamiento de Ortiz de Gondra en sí mismo y en su otro yo escénico, interpretado por Jesús Noguero.
Todo el reparto rezuma intensidad y acierto, desde el propio Ortiz de Gondra, cómodo en la piel de actor de su propia historia, a Noguero, Cecilia Solaguren y Lander Otaola, incluso la joven Fenda Drame, cuyo personaje pone además una nota añadida al conflicto: la identidad racial. Una chica negra, hija adoptiva de Ainhoa, habrá de cargar con el peso del odio que se hereda en la familia, por más que aquello le sea indiferente tanto por sus raíces reales como por su edad. Una gran metáfora de los absurdos a los que lleva el nacionalismo, el independentismo y la violencia.
Mención aparte para la veterana Sonsoles Benedicto, una de esas actrices a las que les basta con abrir la boca para llenar el escenario. Aquí da vida a la madre del dramaturgo, el personaje que representa a quienes se niegan a perdonar porque en realidad no se les ha pedido perdón. Es también un personaje con sorpresas finales. Como la propia obra.
Autor: Borja Ortiz de Gondra. Dirección: Josep María Mestres. Intérpretes: Jesús Noguero, Borja Ortiz de Gondra, Sonsoles Benedito, Cecilia Solaguren, Lander Otaola, Fenda Drame. Escenografía: Clara Notari. Iluminación: Juanjo Llorens (AAI). Diseño de vestuario: Gabriela Salaverri. Coreografía: Jon Maya Sein. Música original: Iñaki Salvador. Teatro Español. Madrid.