MONSIEUR GOYA. UNA INDAGACIÓN
Pocos personajes hay tan influyentes en la cultura española como Francisco de Goya. A su personalísima forma de reinventar el canon artístico y de retratar lo que le rodeaba se une el convulso momento de la historia que le tocó vivir. Todo ello, quizá más lo segundo que lo primero, está alumbrado con belleza e inteligencia en Monsieur Goya. Una indagación, un gran laberinto dramatúrgico que, una vez más, nos invita a no olvidar que José Sanchis Sinisterra es uno de los grandes del teatro español. No el de los años 70, los 80 o los 90, sino del actual, vivo y mordiente.
Sinisterra apuesta fuerte: Goya es un Godot, una presencia evocada pero no compareciente. Quienes le rodearon en sus últimos años en la Quinta del Sordo, primero, y en el exilio en Burdeos, después, son los verdaderos protagonistas. Ellos… y la historia. Porque Monsieur Goya es teatro político, digámoslo ya, enmascarado tras la revisión histórica. A Sinisterra le interesa, diría, aquella traición de Fernando VII, el rey felón, y la valentía y lealtad del pueblo raso, los verdaderos patriotas, los que no vendieron a su país. Cada cual que saque su lectura.
Del arte de Goya hay menos trazas, salvo las visuales, en este montaje que tiene una fabulosa creación de videoescena firmada por Daniel Canogar, en la que las pinturas negras van cobrando vida en las paredes. Muy interesante y recomendable, por cierto, la gran exposición sobre la huella de Goya en el arte contemporáneo (sobre todo el español) que puede verse en la planta baja del Centro Cultural de la Villa, donde el propio Canogar está representado.
Del arte de Goya hay menos trazas, salvo las visuales, en un montaje que tiene una fabulosa creación de videoescena firmada por Daniel Canogar, en la que las pinturas negras cobran vida en las paredes
Sinisterra se detiene en las relaciones personales. Los protagonistas son Leocadia, que probablemente fuera amante o acaso solo ama de llaves del genio, y la joven Rosario, acaso hija, acaso ahijada y en parte discípula de un sordo crepuscular que vivía ya en sombras. Y Margot, la joven lechera a la que dedicó un cuadro, y Guillermo, el pequeño de Leocadia, con la cabeza llena de sueños patrióticos… También Moratín, el amigo incansable, el compañero de tertulias y opiniones, afrancesado y liberal como Goya, que le acompañó hasta la muerte.
Con todos ellos como pintura al óleo humana, Sinisterra deja en las paredes del teatro un fresco dramatúrgico original, de prosa y estructura impecables, una pintura de la España que porfiaba en los cafés contra su rey y cuyos muchachos soñaban con milicias libertadoras que harían añicos a los cien mil hijos de San Luis.
Sinisterra deja en las paredes de la sala un fresco dramatúrgico original, de prosa y estructura impecables, una pintura de la España que porfiaba en los cafés contra su rey
Es este un hermoso e intrincado -aunque nada confuso, como define este término- laberinto teatral, un juguete de gran tamaño en el que Sinisterra se convierte en demiurgo desde la mesa del narrador -un estupendo Alfonso Delgado-, una voz que va y viene, que detiene la acción y rompe la cuarta pared, que discute con sus personajes y se pregunta por qué recodos debe discurrir la obra. Es, en ese sentido, teatro dentro del teatro y prueba de la pasión por el taller teatral, por el ejercicio de construcción en marcha, que caracteriza a Sinisterra y a su Nuevo Teatro Fronterizo en las últimas décadas.
Todo ello lo interpreta con precisión y harmonía Laura Ortega, una directora que sabe crear atmósferas y medir tiempos, y que logra que el gran escenario semicircular de la sala Guirau del Fernán Gómez no necesite de más ni de menos. Hay elementos orgánicos -agua, tierra, árboles y humo-, guiños a la obra de Goya (todo aquello a lo que Sinisterra da la espalda al centrarse en la historia de España) y varios momentos de riesgo y modernidad que no sobran ni chirrían. Daré un solo ejemplo: el arranque de la función, en el que los actores e sientan en fila, se ponen gafas de 3D y comen palomitas al ritmo de una familiar musiquilla de comienzo de película. Al poco, entenderemos el guiño, que tiene que ver con el paralelismo entre las los espectáculos de linterna mágica y la función actual del cine.
Sumen un reparto entonado y que da la espalda a la entonación plana, con Inma Cuevas fenomenal como Leocadia, grandes trabajos de Font García y los actores más jóvenes (María Mota, Andrea Trepat y Fernando Sainz de la Maza), y un inmenso Alfonso Torregrosa, que es un Moratín de premio con carta de despedida-monólogo para el recuerdo, y el resultado, en este comienzo de temporada tan cuajado de grandes nombres, es una sorpresa más que grata.
Dramaturgia: José Sanchis Sinisterra. Directora: Laura Ortega. Intérpretes: Alfonso Delgado, Inma Cuevas, Alfonso Torregrosa, María Mota, Andrea Trepat, Fernando Sainz de la Maza, Font García. Iluminación: Francisco Javier Sarrión Mora. Videoescena: Daniel Canogar. Vestuario: Almudena Bautista. Música: Suso Saiz. Teatro Fernán Gómez. Madrid.