Reflexión kamikaze sobre la democracia

Usaba al comienzo de mi crítica sobre la función Un enemigo del pueblo (Ágora) la palabra “tramposa” para refererirme a la propuesta de Álex Rigola y la compañía Kamikaze Producciones. En la crítica hablaba de la parte artística, pero el contenido filosófico-político me pedía una reflexión aparte, dada la naturaleza del espectáculo, en el que el público recibe papeletas para votar ‘Sí’ o ‘No’ y puede influir en que haya o no haya función como suerte de reivindicación política.

Para empezar, el verdadero ejercicio de la democracia debe proteger el voto secreto, no el voto a mano alzada. Incluso en un teatro, la votación asamblearia se presta a que no todo el mundo vote en conciencia por miedo al qué dirán, a que su voto sea escrutado de reojo, a que sea tildado de peligroso antidemócrata, fascista y perlas similares solo por levantar una papeleta con dos letras que no pueden nunca recoger lo profundo de una reflexión justificada.

Veamos si no la primera pregunta: “¿Crees en la democracia?”. ¿Qué están preguntando realmente? ¿Si creo en la democracia como sistema ideal de gobierno? ¿Si creo en la democracia como “el peor de los sistemas de gobierno exceptuando todos los demás” como dijo Churchill? ¿si creo en que la democracia funciona en la práctica aunque tenga fallos en la teoría, o al contrario, si pese a ser un sistema ideal sobre el papel en la práctica demuestra hacer agua por mil sitios? Por esto, principalmente, por el confuso planteamiento de la pregunta, no voté el día que vi la función. Fui uno de los pocos. Como “semos” morbosos y sé lo que están pensando, ahí va el resultado de esa noche: 214 creyentes en la democracia frente a 70 no creyentes.

“¿Qué están preguntando? ¿Si creo en la democracia como sistema ideal de gobierno? ¿Si creo en la democracia como “el peor de los sistemas de gobierno exceptuando todos los demás”?

Ahora una pregunta al aire, que tiene que ver con el voto secreto: ¿Qué pensarían ustedes de su vecino de patio de butacas que asegura no creer en la democracia? No, no me respondan, respóndanse a sí mismos, con calma. Traten de ser sinceros.

Seguimos: el montaje plantea una segunda pregunta. “¿Crees que los actores de Kamikaze tienen derecho a expresar su opinión sobre los gobernantes sin miedo a represalias?”. Mi respuesta: ¿Tengo derecho a golpearme la cabeza contra una pared sin sentir dolor?  ¿Hablamos de libertad de expresión o de utopías infantiles? El miedo existe y es libre. Cada adulto en democracia puede expresar lo que piensa -si quiere- y, eso sí, asume las consecuencias. Si lo que quieren decir es que no por opinar en contra del gobernante -léase Comunidad de Madrid, Ministerio de Cultura, etc…- deben perder ayudas, no puedo estar más de acuerdo. Las subvenciones, las que se concedan y estén estipuladas, deben seguir, y de hecho siguen, una lógica aséptica, sin sesgo, objetiva, siguiendo criterios definidos de mérito, interés artístico o necesidad. O al menos esa es la teoría.

Hago un inciso que no tiene que ver con el caso de Kamikaze pero sí con la libertad de expresión: si un tuitero lanza una amenaza de muerte y a continuación la justicia actúa contra él, defenderle bajo el palio de la libertad de expresión es tergiversar lo que la libertad de expresión debe ser, dentro de los límites marcados por la ley y siempre ejercida con responsabilidad y madurez. Lo contrario nos lleva a la ley de la jungla. Pero es más fácil acusar a un Estado de autoritario cuando éste actúa contra niños que creen que libertad de expresión es poder decir cualquier cosa, en cualquier lugar y momento, y de cualquier manera.

“Si Incordio Producciones acusa a Kamikaze de plagio, de robo de ideas, de impago a sus actores… ¿Llevarían a juicio a los difamadores o creen que a estos les ampara la libertad de expresión?”

Pongo un ejemplo -espero que me perdonen, es totalmente inventado y me sirve sólo para ilustrar el argumento-: supongamos que la compañía teatral de moda Incordio Producciones monta un espectáculo en el que cada noche, desde el escenario se acusara a Kamikaze de plagio, de robo de ideas, de impago a sus actores, de intoxicar a sus invitados con canapés en mal estado en los estrenos y de convertir el ambigú del teatro por las noches en un salón de juego ilegal. Pueden seguir sumando barbaridades, como digo, es sólo un ejemplo. ¿Llevarían a juicio a los difamadores o creen que les ampara la libertad de expresión para hacerlo?

Por supuesto, no digo que Kamikaze sea tan irresponsable y supongo que piden solo permiso para poder ofrecer sus opiniones politicas desde el estrado que supone un escenario. La Constitución y el Estado de Derecho les amparan y también la necesidad de que esto sea así. Por eso vote “Sí” a la segunda pregunta. Aquella noche 256 personas estuvimos de acuerdo; otras 25 votaron “No”.

En este punto llega otra de las trampas del montaje. Ésta en concreto es dialéctica, casi sofística: los actores plantean una tercera pregunta: “¿Crees que debe anularse la función de hoy como medida de protesta en defensa de la libertad de expresión?”. Si usted ha votado “Sí” a la primera pregunta (recordemos, “¿crees en la democracia”?) y “Sí” a la segunda (“¿crees que los actores de Kamikaze tienen derecho a expresar su opinión sobre los gobernantes sin miedo a represalias?”), por lógica inalienable, nos dice uno de los actores (otros harán el papel de “poli malo”, por llamarlo así), hay que votar también “sí” a la tercera. Dicho de otro modo, si creemos en la democracia y en la libertad total de expresión pero no apoyamos que cancelen la función, sólo somos demócratas de boquilla. Cabría un largo y sesudo debate al respecto, pero creo que una rápida lección de lógica deductiva desmonta la premisa: señores kamikazes, de A y B en este caso no se deduce C. En todo caso, se puede deducir que la compañía haga de su capa un sayo: hacer función, no hacerla, inmolarse a lo bonzo en la Plaza del Rey (por Dios, no lo hagan) o abandonar las artes y dedicarse a la abogacía. Aunque para esto último les harán falta mejores argumentos lógicos. No es el público el que debe cargar con la responsabilidad de demostrar su calidad democrática ni una votación a favor de cancelar supone nada en este sentido. Por fortuna, eso pareció entender el respetable de la noche que asistí: 92 votaron a favor de cancelar, 179 en contra.

Por último, ya avanzada la obra y la historia del Doctor Stockman, aquí llamado Israel, al que una votación pública convierte en “enemigo” de su localidad por querer airear una dolorosa verdad sobre las aguas termales de las que vive la ciudad, se produce una última votación. “¿Crees en el sufragio universal?”. De nuevo, cabría hacer mil matices a una pregunta tan burda. De entrada, una gramatical: ¿Creo en el sufragio universal como sistema? o ¿creo que el sufragio universal funciona adecuadamente?

Y un matiz: el sufragio universal realmente no existe. No en términos absolutos. Los reos y ciertos discapacitados no votan. La Ley Orgánica de Régimen Electoral (LOREG) de 1985 dice así:

Carecen de derecho de sufragio:

a) Los condenados por sentencia judicial firme a la pena principal o accesoria de privación del derecho de sufragio durante el tiempo de su cumplimiento.

b) Los declarados incapaces en virtud de sentencia judicial firme, siempre que la misma declare expresamente la incapacidad para el ejercicio del derecho de sufragio.

c) Los internados en un hospital psiquiátrico con autorización judicial, durante el período que dure su internamiento siempre que en la autorización el Juez declare expresamente la incapacidad para el ejercicio del derecho de sufragio.

Así, la capacidad de voto queda eliminada en ciertas circunstancias. La duda que propone la obra queda convertida pues en una cuestión de límites. Yo plantearía una nueva pregunta: “¿Cómo define usted “incapaces”?

Lo sé, lo sé… Camisa de once, doce o quince varas.

El problema es que ante una obra monumental y una conclusión como la que plantea Ibsen caben casi cualquier tipo de lecturas: una, la elitista, que la democracia no siempre es el mejor sistema y que la masa tiende a equivocarse. Otra, la colectivista, que el bien común debe imperar por encima de la opinión de la democracia. Una apela a la libertad individual frente a la falta de preparación de la mayoría, la otra a la necesidad de entender que la mayoría a veces puede estar dirigida por el poder económico, la elite, la “casta”.

“La lectura colectivista de la obra apela a la necesidad de entender que la mayoría a veces puede estar dirigida por el poder económico, la elite, la ‘casta'”.

No fue sorprendente ver en el estreno de la obra en el Pavón Teatro Kamikaze a Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero. Cuando en mitad de la función y antes de una de las votaciones se invitó desde el escenario a opinar a los expertos en política presentes en la sala, Iglesias se abstuvo, pero Monedero no desperdició la oportunidad de hablar para matizar una afirmación de otro espectador sobre la llegada de los nazis al poder de forma “democrática” (el ejemplo prototípico de cómo la democracia es falible).

Monedero aprovechó también para defender la democracia participativa y el sufragio universal como una cuestión de dignidad. Esa teoría convierte a la democracia y su herramienta más visible, el voto, en un fin en sí mismo, en vez de en una herramienta de convivencia y progreso. Según esta idea, se vota porque es un derecho que reconoce la dignidad innata de toda persona. Pero, ¿y si el individuo demuestra no tener esa dignidad por algún motivo? Vuelvo a la exclusión de los convictos del derecho a voto.

Dio Monedero algunos matices y detalles históricos rigurosos e interesantes. Es cierto: Hitler llegó con una minoría al poder y solo la debilidad de la República dejó que el partido nacional-socialista “invadiera” el Reichstag, espoleado, aúpado literalmente, por las malas artes de los camisas pardas, las SS, que llevaban ya años aterrorizando a Alemania con palizas, boicots e incluso asesinatos. Pero, ¿no entra todo esto dentro de la idea de que la democracia, bajo circunstancias concretas, puede derivar en autocracia? Sí, Hitler no ganó con mayoría absoluta, pero su minoría fue suficiente para que una democracia reblandecida se doblegara ante él. Ergo…

Creo que se puede debatir mucho sobre esto. Yo personalmente no tengo una respuesta y en modo alguno trato de defender aquí ni el sufragio universal ni lo contrario. Creo que Ibsen -y con él otros- abrió un debate interesante. Pero es difícil debatir de verdad a brazo alzado (qué peligrosos son los brazos alzados, todos) y en una sociedad que no quiere escuchar a la voz contraria sino reconocerse en una voz única.

Estrellas Volodia

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