El retablo de las maravillas

FARSAS Y ÉGLOGAS

El castellano de Lucas Fernández (1474-1541) se antoja una mezcla de portugués, gallego y bable en el que las mozas son lozanas y los zagales mueren de «cachondiez». Este español montaraz y aún sin los oropeles del Siglo de Oro choca al oído de hoy en día en los primeros minutos, pero pronto se hace familiar –gracias a la candorosa y divertida forma de abordar las historias ante nuestros ojos– y oportuno. Siempre lo es en los proyectos de esa compañía especializada en la arqueología de nuestro patrimonio teatral que es Nao d’Amores.
Esta coproducción con la Compañía Nacional de Teatro Clásico sigue la línea del Auto de los Reyes Magos que la directora Ana Zamora y los suyos realizaron hace un par de años, aunque en realidad difiere poco de la línea comenzada con obras como Auto de los cuatro tiempos. La poesía y sensibilidad, con ráfagas de un sutil humor, se unen a la misma tesis fundacional: ver un clásico desconocido para el gran público en la clave estética con la que se concibió puede ser hermoso y ameno si hay rigor y buen gusto.

Farsas y églogas abunda en este terreno sin flaquear, con algo más de color –el vestuario de Deborah Macías es ingenioso y tiene mucha gracia– y de humor. Las piezas breves que reúne son una tetralogía pastoral que tiene a doncellas, mozos, soldados, caballeros y “pastorcicos”» como protagonistas de asuntos ligeros y encuentros galantes. El amor nunca se consuma, pero el deseo es más explícito que en los remilgos de otros siglos y genera diálogos gozosos que Zamora lleva a escena en un planteamiento actoral lleno de vida. El final es antológico: un retablo humano que muestra un pesebre bíblico, en versión gamberra y actual.

La poesía y sensibilidad, con ráfagas de un sutil humor, se unen a la misma tesis fundacional: ver un clásico desconocido para el gran público puede ser hermoso y ameno si hay rigor y buen gusto

El joven reparto se acopla con fidelidad a esa esencia. El cuarteto masculino, Sergio Adillo, Pedro Schwartz, un picaresco José Vicente Ramos y un muy divertido Alejandro Sigüenza, y la habitual Elena Rayos, de dulce comicidad, convierten la escena en una fiesta campestre creíble y entusiasta, un jolgorio de cencerros y panderetas con músicos participativos, como es norma en la compañía, gracias a los bellos arreglos de otra habitual, Alicia Lázaro. Aunque cabe un pero: esta vez, los instrumentos no dejan escuchar las canciones. Falta voz y, unido a que Lucas Fenández exige un esfuerzo extra del respetable, apenas se entiende nada.


Autor: Lucas Fernández. Dramaturgia y dirección: Ana Zamora. Arreglos y dirección musical: Alicia Lázaro. Intérpretes: Sergio Adillo, José Vicente Ramos, Elena Rayos, Alejandro Sigüenza, Juan Pedro Schwartz, Eva Jornet, María Alejandra Saturno, Isabel Zamora…. Escenografía: David Faraco. Vestuario: Deborah Macías. Teatro Pavón. Madrid.

Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Abril 2012).

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