Marina Otero: sexo, dolor, mentiras y cintas de vídeo

FUCK ME

Llega al 40º Festival de Otoño el díptico de la performer/actriz/dramaturga/bailarina argentina Marina Otero formado por Fuck me y Love me. No tuve ocasión de ver la segunda parte, con todo vendido en Réplika Teatro, de menor aforo que el Canal, pero sí pude asomarme a la primera entrega, que venía avalada por el boca a oreja de quienes la habían visto a su paso por San Sebastián o Cádiz. Un acierto del festival programar a esta artista transgresora y original. Puede que en parte Fuck me exhiba ráfagas de lo que ahora llaman “artes vivas”, con códigos y trucos fotocopiados, pero hay mucho en la propuesta de Otero de autenticidad y sorpresa. Mucho también de humor. Fuck me es una tormenta de ficción autobiográfica -inevitable aquí la etiquet tan de moda de autoficción- pasada por el tamiz de la parodia. Una enorme broma cargada de dramatismo con la que Otero define con precisión -y atraviesa con maestría- las fronteras actuales entre la vanguardia y el acomodamiento.

En Fuck me la artista se desnuda. No ya literalmente -eso también-, sino biográfica y espirituamente: conocemos su pasado, su familia, su adolescencia, su dolor. Bailarina y coreógrafa vocacional desde joven, sufrió hace unos años una serie de hernias discales dolorosas que la llevaron a un calvario de operaciones y una movilidad limitada, siempre con el sufrimiento físico como enemigo fiel.

Es curioso cómo la trayectoria, el lenguaje y los temas de Otero se acercan a los de Angélica Liddell. Pero Otero modula su discurso para buscar la confesión y la ironía. Una de sus primeras líneas de texto -fabulosa toda la escritura de esta propuesta, tan física y visual por otro lado- es una exposición de motivos a corazón abierto: este espectáculo sirve, nos dice, para aplacar su narcisismo. A saber si es o no verdad, pues una de las cosas que aprenderá el espectador es que en Fuck me, y acaso en Otero, uno de los temas es la repesentación. La verdad y la mentira, los pilares del teatro, eso tan viejo y a la vez tan poderosamente nuevo. En cualquier caso, su capacidad para reírse no sabemos si de sí misma o de los creadores como ella hace que sea todo lo que los últimos espectáculos de Angélica Liddell  no son, tan exultantes de trascendencia.

"Fuck me", de Marina Otero
Una escena de “Fuck me”, con Marina Otero y los performers | Foto: Macadenoia
"The Scarlet Letter", de Angélica Liddell
“The Scarlet Letter”, de Angélica Liddell

 

Fuck me se instala teóricamente en el terreno de la performance, llama a sus intérpretes “performers” y emplea lenguajes y costumbres mil veces vistos en este lenguaje, como el protagonismo del cuerpo, exposición y abuso físico (autoabuso, en este caso), improvisación, proyecciones en vídeo… Pero tiene a la vez tanto de teatro, vivo y meticuloso, que cuesta situarlo en esta etiqueta. El riesgo de destrozar el espectáculo es alto: mejor no contar mucho más. Tan solo anotar la idea de que Marina Otero es performer, pero también una poderosa transmisora de texto e ideas.

En Fuck me, y acaso en Otero, uno de los temas es la repesentación. La verdad y la mentira, el teatro, eso tan viejo y a la vez tan poderosamente nuevo. Su capacidad para reírse de sí misma o de los creadores como ella

A lo largo del espectáculo, da espacio a sus bailarines/performers, que no solo ejecutan las coreografías sino que brillan en diferentes momentos y tienen su espacio, sus minutos. La participación de uno de sus “Pablos” -así los nombra en escena a todos-, brasileño, es de un humor arrollador. Ella, como Liddell, La Ribot y otros artistas que se sitúan en el centro de su creación, son un eje inequívoco. Pero Otero da cancha a sus bailarines, con algunos momentos de gran inteligencia en los que el espectáculo conecta con el público.

Atrevida, divertida, provocadora, ingeniosa y potencialmente incómoda en todos los sentidos -el moral, el político, el familiar, todo lo derrumba este bulldozer escénico-, Fuck me ha sido un soplo de aire fresco en el terreno de las propuestas escénicas de riesgo.


Dramaturgia: Marina Otero. Dirección: Marina Otero. Performers: Augusto Chiappe, Matías Rebossio, Fred Raposo, Juan Francisco Lopez Bubica, Miguel Valdivieso y Marina Otero.  Espacio: Adrián Grimozzi. Iluminación y espacio: Adrián Grimozzi. Iluminación en gira/dirección técnica: David Seldes, Facundo David. Edición digital y música original: Julián Rodríguez Rona. Vestuario: Uriel Cistaro (diseño), Chu Riperto (estilismo) y Adriana Baldani (realización).  Artista visual: Lucio Bazzalo. Asesoría en dramaturgia: Martín Flores Cárdenas. Asistencia en dirección: Lucrecia Pierpaoli. Asistencia coreográfica: Lucía Giannoni. Asistencia en iluminación y espacio: Carolina Garcia Ugrin. Teatros del Canal (Sala Verde). 40º Festival de Otoño. Madrid.

Estrellas Volodia

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