Una odisea celestial

PARAÍSO PERDIDO

Batalla de batallas, el choque entre las legiones celestiales y los demonios expulsados del Cielo es un material altamente poético pero de complicada teatralización. Tenía curiosidad por ver qué había hecho Andrés Lima con esta adaptación de Paraíso perdido, el célebre texto de John Milton, un largo poema épico de poderosa energía que abarca también el Génesis, con la tentación y expulsión de Adán y Eva del Paraíso, y que ha contado con adaptación de Helena Tornero. He tenido la fortuna de verlo en el hermoso y vibrante Teatro Lope de Vega de Sevilla. Digo fortuna porque la apuesta de ese diablillo de nuestras tablas que es Lima, siempre travieso, a veces fallido, otras genial, es un órdago estético y una inteligente y magnética demostración de lo que el buen teatro puede hacer con puntos de partida complejos.

Esta coproducción de Teatre Romea, Festival Grec y CDN ha pasado por el Teatro Lope de Vega, un escenario cuya nueva etapa ha girado hacia una programación inconformista, variada, con personalidad propia y capaz de conectar con el público sevillano: allí se ha estrenado este año La vida es sueño, de Declan Donnellan, y su temporada acoge montajes de Lucía Carballal, La Calórica, Alfredo Sanzol o Guillermo Calderón, entre otros, reservando espacio a las compañías de la tierra, como Teatro del Velador y Atalaya, y sin olvidar la buena música. Allí he recalado el pasado fin de semana para empaparme una noche con la voz y la música de Rita Payés y la Andalucía Big Band, con su repertorio de jazz, fado y bossa nova -un hermoso viaje-, y asomarme a la siguiente a la hondura de la batalla entre el bien y el mal de Milton, Tornero y Lima.

El Teatro Lope de Vega se ha consolidado en su nueva etapa con una programación inconformista, variada, con personalidad propia y capaz de conectar con el público

Avanzado y atrevido, Milton (1608-1674) elude el sermón religioso: su Ángel Caído expone sus motivos, añora los páramos celestiales, tiene conciencia de víctima. La batalla entre bien y mal, por tanto, como sucede en las grandes batallas de la historia, tiene perspectiva y varía según se aborde desde la mirada del ganador o del perdedor. Esta fue, nos dice una guerra desigual: nadie podía oponerse al poder divino. Convierte así, por tanto, a Satán y sus huestes en el débil, con lo que ese adjetivo tiene de inmediata aversión al fuerte.

El texto de Tornero ha limado y adaptado en gran medida la complejidad del poema en prosa original, y potencia esta mirada, como lo hace Lima, siempre presto a cuestionar al poder establecido: así, Dios es una suerte de patriarca lejano e inaccesible en la caracterización de un inmenso Pere Arquillué, mientras que Satán es una mujer oscurecida por la derrota, alguien que trata de asimilar su desgracia. Arquillué es a estas alturas uno de los actores incuestionables de su generación. Aquí conmueve desde el oratorio, primero de espaldas al público, luego conquistando el escenario poco a poco, con una cojera que humaniza y a la vez da un aire cruel al todopoderoso, al que aporta una voz demoledora. Durante el arranque, es difícil no separar la fascinación que produce el espectáculo de su aportación. Enfrente tiene a Cristina Plazas, que da voz dolida, inteligente, al más bello de los ángeles, el que se rebeló y cayó. Su presencia equilibra a Arquillué para que no devore el montaje.

Tras arrancar con esta batalla, Paraíso perdido avanza hacia la expulsión del Edén de los primeros padres. Desde la libertad que da la literatura, Milton se mide a un complejo debate teológico: la necesidad de la expulsión. Si somos criaturas de Dios, si estamos hechos a su imagen y semejanza, ¿por qué la tentación? ¿Por qué la manzana, la serpiente, el bocado? ¿Por qué el dolor posterior? La explicación, resumida, es el libre albedrío: no hay mérito en la indecisión.

Lima y Tornero dibujan ese capítulo bíblico con dos explícitos homenajes a Kubrick. Adán y Eva son simios humanoides “tocados” por la gracia divina de una luz que cae del techo de la sala, una pantalla rectangular totalmente blanca que llamará su atención, como en la célebre 2001: Una odisea en el espacio aunque más incluso como en la versión novelada de Arthur C. Clarke. El contacto con el monolito hará evolucionar a los simios, interpretados por Rubén de Eguía y Lucía Juárez con auténtica inmersión corporal en las formas homínidas. El otro guiño al gran cineasta es la pareja angelical de niñas que simbolizan la culpa y la muerte (interpretadas con cierta picardía e ingenio por Elena Tarrats y Laura Font) y que nos lleva, inevitablemente, a los pasillos del Hotel Overlook.

Hay momentos de enorme potencia teatral: el pasaje de la tentación, en el que a modo de tutti operístico comparten escenario Dios, demonio, hombres y alegorías es quizá el zénit del montaje

Hay momentos de enorme potencia teatral: el pasaje de la tentación, en el que a modo de tutti operístico comparten escenario Dios, demonio, hombres y alegorías es quizá el zénit del montaje, que en algún punto -los oratorios individuales más largos- se deja llevar por cierta morosidad. Con todo, el espectáculo es de gran intensidad, apoyado en la fascinante escenografía de Beatriz San Juan y en las inquietantes proyecciones de Miquel Àngel Raió. El conjunto conforma una pieza bella en la que casi todo suma. Si me permiten el juego, el diablo está en los detalles, como suele decirse. A veces, para bien.   


Texto: Helena Tornero, basado en el poema épico de John Milton. Dramaturgia: Andrés Lima y Helena Tornero. Dirección: Andrés Lima. Intérpretes: Pere Arquillué, Rubén de Eguía, Laura Font, Lucía Juárez, Cristina Plazas y Elena Tarrats. Espacio escénico y vestuario: Beatriz San Juan. Iluminación: Valentín Álvarez (AAI). Música original y espacio sonoro: Jaume Manresa. Vídeo creación y postproducción: Miquel Àngel Raió. Caracterización: Cécile Kretschmar. Teatro Lope de Vega. Sevilla.

Estrellas Volodia

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