SŒURS, DE WADJI MOUAWAD
Hace quince años, un autor canadiense de ascendencia libanesa llamado Wajdi Mouawad conmovió al mundo con un terremoto titulado Incendies –la ola llegó al Teatro Español de Madrid–, un gran drama personal que, a través de la historia de su protagonista, viajaba a la guerra de su país de origen y terminaba a la manera de las grandes tragedias griegas. Un teatro esencial, un texto desgarrador y una dirección, a cargo del propio autor, repleta de sorpresas, imaginación y valentía. Es natural que desde entonces las visitas de Mouawad sean esperadas, como lo fueron con Fôrets y Ciels, textos con los que cerraba la teatralogía de Incendies y de la previa Littoral. También con este Sœurs de Wajdi Mouawad que ha llegado al 40º Festival de Otoño. Es natural igualmente que las expectativas jueguen en contra del propio resultado. Incluso que este, legítimamente, con o sin expectativas, pueda decepcionar.
Sœurs de Wajdi Mouawad -su título es así, incluyendo la mención al autor, ya que habla de las hermanas del propio dramaturgo, de una forma no literal, pero sí muy aproximada- es la segunda parte de otro ciclo, titulado Doméstico por Mouawad, en el que se adentra en la familia: arrancó con Seuls y después vendrán Frères y Père et Mère. Es además dos montajes en uno. Al menos, así podría diferenciarlos el espectador: una primera parte de gran calidad y frescura y un pinchazo en un tramo final en el que, si bien el texto crece y llega a sus momentos más interesantes, la propuesta escénica se estanca.
A Mouawad le ocurre aquí lo que algunas bandas de rock, que en sus conciertos gastan su artillería pesada a mitad de la velada y cierran con caras B. Tiro de analogía rockera porque la protagonista de Sœurs, muy a lo Led Zeppelin, destroza la habitación de un hotel a mitad de función en un arrebato de ira o desconsuelo. Es una escena impactante.
Mouawad se revela como un sólido autor de comedia sutil. Enfrenta la domótica a la lingüística para plantear una reafirmación identitaria muy divertida
Antes, la misma protagonista había conquistado al público con momentos de humor inteligente a costa de la programación -supuestamente inteligente también- de la habitación. Mouawad se revela como un sólido autor de comedia sutil. Enfrenta la domótica a la lingüística para plantear una reafirmación identitaria muy divertida, resumida en su rebelión frente al idioma inglés -el autor pertenece al Canadá francoparlante-, que impone el software del hotel. Para quien firma, estos momentos son lo mejor del montaje.
Como en buena parte del teatro de su compatriota Robert Lepage, y como en toda su teatralogía previa, Mouawad es en Sœurs un narrador lineal: un brujo frente a la hoguera ancestral contando una historia de gentes a las que les pasan cosas.
En Sœurs, espectáculo de varios personajes, interpretados todos por la fabulosa Annick Bergeron, Mouawad abre la caja de Pandora de las heridas familiares. No las trágicas -incestos, abusos, odios, etc.- sino las cotidianas: los abandonos, la distancia, los familiares perdidos. Mouawad da voz a Genevieve Bergeron, una mediadora en conflictos internacionales que conduce hasta Ottawa para dar una conferencia y viajar al día siguiente a Mali. Allí pasará la noche en ese hotel que acabará destrozando. El personaje esconde un trauma familiar: una hermanastra de origen indio de la cual fue separada de pequeña (Mouawad roza aquí otro tema muy presente en la sociedad canadiense, el de los niños indígenas separados de sus familias, aunque se ade forma superficial).
Si bien en este tramo se dan algunos de los textos más interesantes, el montaje se va hundiendo lentamente en la morosidad, como se hunden sus protagonistas en el fondo de un canapé o somier
Tras la crisis y la “explosión”, el autor presenta a Layla Bintwarda, perito del seguro que llega a revisar la habitación del hotel vandalizada, un personaje inspirado en su propia hermana. Layla es descendiente de libaneses y tiene sus cicatrices familiares, raíces revueltas en el fango de la nueva patria que pone al emigrante entre la espada y la pared, entre la inmersión con olvido o la memoria con tristeza.
Pero, como comentaba, si bien en este tramo se dan algunos de los textos más punzantes, el montaje se hunde en la morosidad, como se pierden sus protagonistas en el fondo de un canapé o somier de una forma un tanto absurda e indefinida en lo teatral. El espectador duda en este tramo si la primera narradora ha muerto, se ha transformado, se está echando una siesta o ha desaparecido en una paradoja teatral bajo el colchón, como los niños de Narnia a través del armario o el Cosimo de Calvino entre sus árboles.
El balance de esta producción de La Colline – théâtre national es una propuesta con gran aparataje técnico, con proyecciones interesantes y muy bien planteadas, con las que Mouawad organiza ciertas transiciones y permite a su actriz cambiar de personaje, una iluminación y sonidos poderosos y una reflexión hermosa sobre la pertenencia y la familia. Conmueve la desilusión, el desencanto de Genevieve. Conmueve la emoción de Layla ante su madalena de Proust, cocinada en forma de platos fríos e inesperados de comida libanesa. Conmueve la idea de fondo y la potencia de algunos textos. Pero conmueve poco el sinsentido dramatúrgico en que el director lo presenta al final.
Texto: Wajdi Mouawad, inspirado por Annick Bergeron y Nayla Mouawad. Dramaturgia: Charlotte Farcet. Dirección: Wajdi Mouawad. Escenografía: Emmanuel Clolus. Iluminación: Éric Champoux con la asitencia de Éric Le Brec’h. Vestuario: Emmanuelle Thomas. Vídeo: Dominique Daviet y Wajdi Mouawad. Dirección musical: Christelle Franca. Sonido: Jaques Boucher. Composición: David Drury. Maquillaje: Angelo Barsetti. Intérprete: Annick Bergeron. Teatros del Canal (Sala Roja). 40º Festival de Otoño. Madrid.