LA VALENTÍA
Siguiendo la línea de la notable comedia La ternura, el dramaturgo y director Alfredo Sanzol se lanza sin miramientos a la más disparatada de sus comedias hasta la fecha: La valentía. La mirada de Sanzol vuelve a los temas habituales en su teatro: el amor, el paso del tiempo, la importancia de las pequeñas cosas de cada día, de la familia y los seres queridos,… Pero esta vez opta por un vehículo ligero, una comedia de fantasmas y casas encantadas y un argumento que parece querer hermanarse, salvando muchas diferencias, con aquel clásico de Jardiel Poncela, Los habitantes de la casa deshabitada.
Lo diré desde el principio: no estamos ante el mejor trabajo de Sanzol -tampoco La ternura, tan aclamada por parte de la crítica, me lo pareció, aunque allí aún había un juego de homenajes a Shakespeare interesante-, autor de quien ojalá algún día pudiéramos ver recuperados en escena sus delirantes y agudos Sí pero no lo soy o En la luna, por citar algunos títulos de los últimos lustros.
“En este nuevo viaje, una escapada sin pudor al teatro jardeliano, el dramaturgo navarro mete al público en una vieja casona familiar sin fantasmas donde viven dos hermanas mal avenidas”
En este nuevo viaje, una escapada sin pudor al teatro jardeliano, el dramaturgo navarro mete al público en una vieja casona familiar sin fantasmas donde viven dos hermanas mal avenidas. Y a su puerta, en breve, llamarán unos “cazafantasmas” que parecen sacados de Mortadelo y Filemón… y una pareja de fantasmas de verdad, antepasados de las hermanas, que se hacen carne visible y discreta con una misión: convencer a sus descendientes de que no vendan su hogar, que simboliza para ellos los vínculos y la familia.
Tierna, amable y divertida por momentos, la falta de profundidad le pesa a una comedia pensada para agradar a un público amplio y en la que el mensaje de fondo es en exceso obvio. Destacan el juego escenográfico de la casona, recreada con unas paredes móviles por Fernando Sánchez-Cabezudo, y el apartado técnico, con una estupenda iluminación de Pedro Yagüe y un Sanzol en forma como director, aunque apresurado como autor.
“Tierna, amable y divertida por momentos, la falta de profundidad le pesa a una comedia pensada para agradar a un público amplio y en la que el mensaje de fondo es en exceso obvio”
Nada pasa porque esta Valentía no sea una obra memorable. Sirve como vehículo de evasión y agrada en lo esencial, ademas de dejar un puñado de escenas divertidas: la seducción entre una fantasmagórica Natalia Huarte -un placer al oído su dicción- y el terrenal Font García tiene mucha gracia; y los desencuentros entre ambas hermanas, a las que dan vida Inma Cuevas y Estefanía de los Santos -estupenda esta última, la mejor del reparto- dejan perlas caseras en sus diálogos.
Hay además una mirada naïf pero no exenta de inteligencia a aquellas cosas que nos asustan en la vida, y que no debieran ser necesariamente las que el cine de terror nos impone. Antológico el guiño a Kubrick con las gemelas de El resplandor… de aquella manera.
Pero vayan advertidos: todo al final se encamina al disparate.
En esta fantasmada, la historia se sirve en tazas tan poco sutiles como herederas de la tradición del teatro popular. Al final, Sanzol dinamita cualquier lógica (con algo de mensaje político) y queda clara una cosa: lo importante no eran ni los habitantes de la casa deshabitada ni los invitados, ni probablemente la familia y todas esas cosas tan de Sanzol, sino juntar a un puñado de actores en un escenario para pasárselo bien. O eso parece: Francesco Carril, decimonónico y engolado, es un espíritu fenomenal, y Font García tiene una ternura y gracia enormes como Felipe, el parapsicólogo atribulado y enamoradizo.
Autor: Alfredo Sanzol. Dirección: Alfredo Sanzol. Intérpretes: Inma Cuevas, Estefanía de los Santos, Francesco Carril, Natalia Huarte, Jesús Barranco, Font García. Escenografía: Fernando Sánchez-Cabezudo. Iluminación: Pedro Yagüe. Vestuario: Guadalupe Valero. El Pavón Teatro Kamikaze. Madrid.
Un poco sobreactuada la Guada. Si no pretendemos otra cosa que pasar un buen rato, está bien, si queremos admirar una gran obra mejor quedarse en casa.