El discreto encanto de la Compañía

LA DAMA BOBA

Es reconfortante corroborar que un director inteligente como Alfredo Sanzol no ha olvidado -o eso doy por hecho, por lo visto en escena- que Lope de Vega facturaba textos como churros para un consumo rápido en los corrales de comedias y que una obra como La dama boba es, antes que nada, un vehículo ligero y ameno para la evasión del pueblo de entonces.

No todo lo que vemos, oímos o leemos tiene que cambiarnos la vida. Por supuesto, buena parte de ello no dejará marca en nuestra forma de entender el mundo. Pero además es sano que ciertos “productos culturales” no lo pretendan.

El teatro clásico no escapa a esta máxima y el discreto encanto de esta pequeña pero sabrosa revisión con el sello Sanzol -alegría, humor, música y buen trabajo actoral- certifica que el director sabe lo que tiene entre manos.

Para empezar, una producción con la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, ese semillero de futuro que plantó en 2006 la CNTC de la que ha salido ya una generación de talento (pienso en nombres como Eva Rufo, Javier Lara, Mamen Camacho, David Boceta y Francesco Carril) y que, visto lo visto, seguirá nutriendo a los escenarios.

“El discreto encanto de esta pequeña pero sabrosa revisión, con el sello Sanzol -alegría, encanto, humor y buen atrabajo actoral-, certifica que el director sabe lo que tiene entre manos”

Estos jóvenes intérpretes forman la IV promoción y con éste llevan ya tres años juntos. Se nota en el buen hacer general, que encuentra su mejor reflejo en la explosión de teatro puro que despliega Paula Iwasaki, la Finea del título, una actriz que la arma enorme en escena con su gesto y su viaje de la idiotez de la dama a su despertar posterior. Trabajos como los de Pablo Béjar (el galán Laurencio), Jimmy Castro (el otro pretendiente, Liseo) o Silvana Navas (la criada Clara) enganchan con esa naturalidad y solidez que hacen que lo difícil parezca fácil.

Cautivador y repleto de matices es también el repertorio de Georgina de la Yebra como la hermana lista, Nise, aunque al leer su curriculum se comprende: más allá de esta “Joven” incursión lleva ya a sus espaldas numerosos trabajos con el Clásico en textos de Calderón, Moreto, Tirso… y a las órdenes de directores como Álvaro Lavín, Eduardo Vasco, Ernesto Caballero y Carles Alfaro. En la programación anual de la Compañía aparecía el nombre de otra actriz, así que entiendo que se trata de una afortunada sustitución.

Sanzol rebaja el tono bufo de su reciente acercamiento a los clásicos –La ternura era una divertida gamberrada, un texto propio que jugaba con todos los códigos del Siglo de Oro- para viajar a la ternura propiamente dicha de un teatro, el suyo, que indaga en el vitalismo y se detiene en el deleite por la historia y los personajes. Esa mirada límpida y ese sabor a bonhomía que dejaban obras como En la luna o Días estupendos.

“Estos jóvenes intérpretes llevan ya tres años juntos. Se nota en el buen hacer general, que encuentra su mejor abogado en la explosión de teatro puro que despliega Paula Iwasaki”

Por eso, sin olvidar que La dama boba es una comedia de enredos galantes estereotipados -los pretendientes, las hermanas, el padre de ambas, los graciosos, las criadas…- que requiere cierto vértigo y ritmo, Sanzol se da el gusto de intimar con el espectador en momentos musicales que crean un ambiente relajado y que permiten al joven reparto lucirse también como músicos. Se está bien, se sale del teatro con una sonrisa y pensando que la vida es bonita y que al final los problemas tienen solución.

Desde luego, los tienen en nuestros clásicos, donde siempre hay un roto para un descosido. Y si se tercia, se rompe y se cose lo que haga falta.

Los corrales de comedias demandaban finales felices como el público los busca hoy en Hollywood y la comedia nueva de Lope se los daba junto a temas que tocaban a la gente porque retrataban en cierto modo a la sociedad, un mundo patriarcal en el que a la mujer le quedaba el recurso a la inteligencia para imponerse, como hace al final la dama del título en un giro inverosímil: el amor le abre los ojos del alma a la pequeña “bestia” que no sabía hacer la o con un canuto pero que acaba saliéndose con la suya.

De eso va la divertidísima obra de Lope: dos hermanas casaderas, una de ellas bella e ingeniosa (Nise) y otra con menos luces que un sótano (Finea), y dos galanes (Laurencio y Liseo), uno enamorado de la dote de la tonta y otro prendado de la lista. Y así, idas y venidas, trucos, enredos, metamorfosis y perdices para todos al final.

“Sanzol se da el gusto de intimar con el espectador en momentos musicales que crean un ambiente relajado y que permiten al joven reparto lucirse también como músicos”

La dama boba, obra de madurez de Lope, es tan discreta (inteligente) como Nise, lo que acredita que haya perdurado como una de las comedias más celebradas y representadas del autor, y tratar de juzgarla en otros términos, feministas o buenistas, sería propio de Fineas y Fineos. Lo advierto porque, aunque no ha sucedido aún, todo se andará.

Cabe preguntarse por lo sobrio y reducido de esta producción, representada en la Sala Tirso de Molina, un espacio inaugurado en la quinta planta del Teatro de la Comedia hace dos años, cuando concluyó la renovación de la sede de la CNTC. No habría estado mal ver a los “jóvenes” y un Lope firmado por Sanzol en un escenario mayor.

“Tratar de juzgar la obra en otros términos, feministas o buenistas, sería propio de Fineas y Fineos. Lo advierto porque, aunque no ha sucedido aún, todo se andará”

Dadas las características de la sala, el director dispone al público a cuatro bandas alrededor de los intérpretes, que entran y salen por laterales y escaleras. Y Alejandro Andújar, responsable de escenografía y vestuario, lo soluciona con un cómodo ‘dos en uno’ que es casi ‘dos en (ning)uno’, porque un poco más y no hay escenografía ni vestuario, salvo un ‘burro’ (perchero móvil) fuera de escena en el que se van cambiando los actores.

La ropa es de calle y veinteañera: sudaderas con capucha, vaqueros ajustados, camisetas, zapatillas deportivas…

Sanzol no se libra de concesiones a la modernidad y a las modas: bailes, alguna canción que aporta poco o nada -aunque otras, como decía, sobre todo al final, generan esa joi de vivre que tan bien modela el director-, revisiones puntuales de la sexualidad de los personajes y teléfonos móviles para mostrar retratos de época.

Sí, Lope de Vega ya es milenial. Supongo que eso tendrá su lado positivo si se logra que esa generación conecte con nuestros clásicos. Por desgracia, en la función a la que quien esto escribe asistió, la media de edad superaba a la mía propia, que ya es más que la de los actores. Imagino que nuestro teatro clásico tiene ahí su frente de batalla.

[Nota al margen: esto de las segundas salas se lleva mucho en la actual arquitectura teatral. Ya casi no hay teatro que no tenga una principal y otra para espectáculos de menor aforo. Permite tener más de una producción en cartel a la vez, dar cabida a más títulos y generar trabajo. Vienen ya de serie sin escenografía y casi sin asientos. Qué gozada. También fomenta la “polimicroprogramación de corto recorrido”. Sí, el palabro es mío, pero ya me entienden].


Autor: Lope de Vega. Versión y dirección: Alfredo Sanzol. Reparto: Paula Iwasaki, Georgina de Yebra,  Jimmy Castro, Pablo Béjar, David Soto Giganto, José Fernández, Cristina Arias, Silvana Navas, Daniel Alonso de Santos, Kev de la Rosa, Miguel Ángel Amor, Marçal Bayona. Iluminación: Pedro Yagüe. Composición musical: Fernando Velázquez. Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar. Teatro de la Comedia (Sala Tirso de Molina). Madrid.

Estrellas Volodia

4 respuestas a «El discreto encanto de la Compañía»

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