
Los muertos famosos a veces duelen que ni que fueran familia. No sé si se explica solo, si es normal o si somos tontos del culo, pero ocurre y ya está. Da igual que no nos toquen nada y que no hayamos compartido mesa ni cama. Se van sin preguntar, egoístas, y con ellos juegos de infancia, mitos, ensoñaciones y masturbaciones de adolescencia, y aspiraciones de madurez. Los muertos, cuando empiezan a abundar, son también un aviso maleducado de que el reloj no para. Tempus fugit. La madre que lo parió.
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